LA PARÁBOLA DE LOS TALENTOS
Ya
desde el inicio de este mes, las lecturas de la Misa Dominical nos invitan a
considerar las cosas últimas o postrimerías: la muerte, el juicio, la segunda
venida del Señor. Todo el cap. 25 de San Mateo trata sobre la segunda venida
del Señor. Hoy la Iglesia nos presenta la parábola de los talentos.
Para
conocer mejor la profundidad de esta enseñanza de Jesús, te propongo que
prestes atención a algunos detalles:
- Los servidores: son los cristianos (tú y yo) que deben hacer fructificar los dones recibidos para el crecimiento del Reinado de Dios.
- El talento: era una medida (una moneda ficticia) que equivalía a 35 o 42 kilos de oro. Para que te hagas una idea, cinco talentos equivaldría al salario de un trabajador para cien años. El Señor quiere referirse a algo muy valioso.
- El Señor no les da a todos por igual, sino según la capacidad de cada uno. Pero también les exige personalmente.
- La actitud del que recibió un talento es similar a la del cristiano mediocre que en vez de dar un testimonio de su fe en Jesús, acalla su conciencia diciendo: “no me meto en problemas y mejor me callo o no hago nada”.
- El Señor Jesús nos exigirá cuentas de nuestra vida personalmente. Así como lo escuchamos en la parábola: los llamó uno por uno. Eso es lo que se llama el juicio particular: cuando cerremos los ojos a este mundo, nos encontraremos con el Señor Jesús y Él será nuestro juez.
- El premio a la fidelidad será vivir felices eternamente con Jesús: “Te felicito, siervo bueno y fiel… Entra a tomar parte en la alegría de tu señor”.
- El no “quererse complicar la vida” o “no querer meterse en problemas” o “vivir un cristianismo a mi manera” no servirán de explicación a Jesús. Si Jesús nos ha concedido sus riquezas: la Palabra, los sacramentos, los mandamientos, la oración, el mandamiento de amor fraterno… ¡es para que lo pongamos en práctica y lo divulguemos a todos los hombres!
- A los que no son fieles, el Señor Jesús los destinará a las tinieblas, al lugar del llanto y la desesperación. No irá al cielo, no será feliz eternamente, no entrará en comunión eterna con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo; sino que va a un lugar de sufrimiento, de tristeza, de desesperación. Eso lo conocemos como el infierno.
Jesús espera que pongamos a producir los tesoros que nos
ha dejado. ¡Seamos fieles a Jesús! y Él derramará sobre nosotros sus
bendiciones.
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