La Providencia Divina y la justicia
La Providencia Divina es el cuidado que el Señor Dios
Todopoderoso tiene sobre todas sus creaturas, en especial, sobre sus seres
predilectos que somos nosotros los hombres. Su acción es silenciosa y a veces
está oculta a los hombres. Así nos lo enseña la primera lectura de la Misa de
hoy: “te llamé por tu nombre y te di un
título de honor, aunque tú no me conocieras. Yo soy el Señor y no hay otro;
fuera de mí no hay Dios. Te hago poderoso, aunque tú no me conoces, para que
todos sepan, de oriente a occidente, que no hay otro Dios fuera de mí. Yo soy
el Señor y no hay otro”.
Forma parte de la Providencia Divina la acción del
Espíritu Santo en su Iglesia. Todos los creyentes, y en especial todos los
ministros de la Palabra, son instrumentos en la mano del Espíritu Santo. En la
medida en que seamos fieles a las inspiraciones y mociones del Espíritu, en esa
misma medida la fuerza de Dios hará milagros en medio de la comunidad de
creyentes. Así lo escuchamos en la segunda lectura: “En efecto, nuestra
predicación del Evangelio entre ustedes no se llevó a cabo sólo con palabras,
sino también con la fuerza del Espíritu Santo, que produjo en ustedes
abundantes frutos”.
Finalmente, la Providencia Divina implica también el
conocimiento y discernimiento de todas las creaturas. El Señor conoce todo,
hasta nuestros pensamientos más profundos. Y por eso, Jesús conoce las
intensiones de los herodianos. Ellos no buscaban al Señor, querían hacerle
caer.
Nosotros los hombres nos fijamos solo en las
apariencias, en cambio el Señor se fija también en el corazón.
El Señor, que es providente, sabe sacar del mal un
bien para nosotros sus hijos. Hoy, de esa mala intensión, el Señor Jesús
aprovecha para darnos una enseñanza, con un aforismo, sobre lo que es la
justicia: dar a cada quien lo que le corresponde. Enseña Jesús: “Den,
pues, al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios”.
La justicia es el presupuesto para el orden social.
No es justo quien se aprovecha de su posición para perjudicar a otros o quien
se aprovecha de la necesidad de otros para obtener un provecho económico. ¡Eso
es un pecado horroroso!
Pero también hay que dar a Dios lo que se merece:
- · Respeto: No jugar con las cosas santas ni tomar el nombre de Dios en vano.
- · Adoración: es el reconocimiento externo e interno de la divinidad del Señor.
- · Nuestro tiempo: Consecuencia de la adoración. Si reconocemos internamente y externamente la divinidad, hemos de dedicar nuestro tiempo para el culto. De lo contrario sería hipocresía pura.
- · Nuestro aporte para el culto: Lo que es de Dios necesita mantenimiento o necesita sustitución. Y eso solo se puede hacer con dinero (es la dinámica del mundo). Ya en el Antiguo Testamento, el Señor había dispuesto una serie de aportes para el sostenimiento del culto y para las obras de caridad. Quien es mezquino con Dios, Dios será mezquino con él. Quien es generoso con Dios, Dios es generoso con él.
“Den,
pues, al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios”
¡Que el Señor Jesús te bendiga!
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