El perdón: medicina para el alma
Nuestra alma,
al igual que nuestro cuerpo, se puede enfermar. Solo que las enfermedades son
diversas: no se curan con pastillas ni jarabes ni ungüentos. Hay muchas
enfermedades del alma, pero hoy quiero traer a tu consideración algunas.
La ira: La ira es un movimiento que
impulsa a vencer los obstáculos que impiden alcanzar el bien que quiero. Su
primera manifestación es la violencia hacia algo o alguien. Es pasajera, pero
es el origen de otras enfermedades del alma. Si ese sentimiento se hace
permanente en el cristiano se convierte en otra enfermedad llamada odio.
El odio: Odiar es desear lo peor a otro
ser humano. Esta enfermedad del alma es fatal por las consecuencias que trae:
ciega el pensamiento (quien odia no es capaz de ver con objetividad, siempre
distorsiona las cosas haciéndolas ver de la peor manera) y condiciona la acción
(quien odia ordena sus acciones en contra de la persona, llegando inclusive a
evitarla o hacerle daño). En algunas ocasiones no se llega al odio, pero queda
como una especie de sentimiento más leve llamado resentimiento.
El resentimiento: Cuando pasa la
situación de ira y vemos que no fue algo tan grave, puede quedar en el alma un
sentimiento de enojo para con la persona que nos ha hecho daño. Suele pasar
cuando se burlan de nosotros, nos niegan un favor o han dicho cosas falsas de
nosotros. El resentimiento deja consecuencias claras: nos hace decir cosas
desfavorables de otros, nos hace tratarlos mal. Cuando el resentimiento es más
fuerte se convierte en rencor.
El rencor es el sentimiento de enojo
pertinaz, que se alimenta de los recuerdos. El rencoroso tiene “ataques de ira”
producto de recordar los episodios del pasado. Si no se elimina, puede llegar a
la enfermedad más grave que es la venganza.
La venganza es el sentimiento de
retaliación, de satisfacer a cualquier modo (generalmente, del peor modo) la
ofensa sufrida. Llena el corazón de tal modo que no deja espacio para nada más.
Todos
estos sentimientos son enfermedades –venenos– para el alma. Hoy, en las
lecturas de la Misa, Dios y la Iglesia nos enseñan que existe un remedio para
todas estas enfermedades: el perdón.
El perdón es una manifestación del amor: es olvidar y alejar de
nuestro corazón cualquier hecho que haga enfermar el alma. Es una decisión del
corazón: ya lo pasado no existe, sólo queda el presente y el futuro del que
somos dueños. Y este acto supremo del corazón lo que nos pide el Señor que
hagamos, como el rey del Evangelio. No
olvidemos –y se lo decimos
al Señor cada vez que rezamos el padrenuestro– que
la medida del perdón divino es el perdón que hagamos a nuestros hermanos.
Perdonar
es olvidar. Perdonar es alejar todo sentimiento de retaliación. Perdonar es no
dejarnos llevar por la pasión ni la ira. Perdonar, en definitiva, es amar.
El
castigo será para aquellos que no perdonan: “Pues
lo mismo hará mi Padre celestial con ustedes, si cada cual no perdona de
corazón a su hermano”
El perdón es el primer paso para
la sanación interior. No se pueden curar las heridas del alma sin el perdón.
Perdonemos y sanará nuestra alma.
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