Dios no nos pide más de lo que podemos dar



Hay un principio claro en la vida de la Iglesia: Dios no pide más de lo que cada quien puede dar. En el caso de que pidiera cosas extraordinarias, el Señor haría el resto.
                Hoy las lecturas de la Misa nos recuerdan este punto: los mandamientos del Señor no son irracionales o absurdos. Todas y cada una de las cosas que nos pide Dios para nuestra vida son perfectamente factibles. Somos nosotros quienes ponemos los “peros”.
                En la primera lectura, Moisés entrega al Pueblo de Israel los mandamientos de Yahveh. Y les hace una advertencia clara: Estos mandamientos que te doy, no son superiores a tus fuerzas ni están fuera de tu alcance. Somos nosotros quienes ponemos cualquier cantidad de obstáculos; la mayoría de ellos los fabricamos nosotros.
                El Evangelio de hoy es un ejemplo de esos obstáculos que fabricamos. Los judíos y los galileos estaban peleados con los samaritanos por cuestiones históricas, en concreto, por no reconocer al Templo de Jerusalén como la Casa de Dios sino que hicieron sus propios lugares de culto (2 Re 17, 27–40). Durante la invasión de Alejandro Magno, establecieron como lugar de culto el Monte Garizim. Desde ese entonces, existía una gran rivalidad entre ellos.
                El Señor Jesús, indirectamente quiere derrumbar esos obstáculos. Pone como ejemplo a un samaritano que auxilió a un hombre, cuando unos sacerdotes pasaron por allí y dieron un rodeo. El Señor pregunta a un doctor de la ley quién se comportó como prójimo de pobre hombre. La respuesta es elocuente; dice “el que tuvo compasión de él”, pero no dice que era un samaritano. La respuesta del Señor es una espada afilada: Ve y haz tú lo mismo. El mensaje no es solo auxiliar a las víctimas del hampa, sino también a superar barreras creadas por los hombres: el hombre venía de Jerusalén y se dirigía a Jericó... ¡era judío! Y lo auxilió… ¡un samaritano!
                Las dificultades para cumplir la Voluntad de Dios las ponemos nosotros. Dios no pide imposibles.
                Sería muy provechoso que nos preguntáramos cuáles son las excusas que ponemos para cumplir los mandamientos del Señor. ¿Cuáles son las dificultades que inventamos para no seguir el camino de Jesús? ¿Nos damos cuenta que a Dios no podemos engañarlo con nuestras excusas o “buenas razones”?

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