¡Vengan conmigo!
Lo decimos en el Credo: Subió a los cielos y está
sentado a la derecha del Padre. Y eso tiene un gran significado para nosotros.
En el prefacio de la Misa de este domingo escuchamos:
Porque el
Señor Jesús, rey de la gloria,
triunfador del
pecado y de la muerte,
ante la
admiración de los ángeles,
ascendió hoy a
lo más alto de los cielos,
como mediador
entre Dios y los hombres,
juez del mundo
y Señor de los espíritus celestiales.
No se fue para
alejarse de nuestra pequeñez,
sino para que
pusiéramos nuestra esperanza
en llegar,
como miembros suyos,
a donde Él,
nuestra cabeza y principio, nos ha precedido.
Y
no es cosa de poca importancia. Al contrario. Ya lo escuchamos en la segunda
lectura:
“Cristo no
entró en
el santuario de la antigua alianza, construido por mano de hombres y que
sólo era figura del
verdadero, sino en el cielo mismo, para estar ahora en la presencia de
Dios, intercediendo por
nosotros” (Heb 9,24)
Nuestro amigo,
nuestro hermano, nuestro Salvador y Señor está en el cielo para interceder por
nosotros, para enviarnos su Santo Espíritu, para prepararnos una morada, para
venir a juzgar a los vivos y a los muertos, ¡para que seamos eternamente
felices!
Hoy celebramos que
Jesús subió al cielo. Hoy es un día para reafirmar nuestra fe y nuestra
esperanza, porque donde llegó Él, Jesús, que es nuestro pastor, esperamos
llegar también nosotros que somos sus ovejas.
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