EN ÉL SOMOS, NOS MOVEMOS Y EXISTIMOS… (HECH. 17, 28)
Con estas
palabras, San Pablo se dirigió a los atenienses en el Areópago, tratando de
hacerles entender que Dios no está lejos de nosotros. Para nosotros, los
cristianos, es más patente todavía.
Comenzamos nuestra vida
cristiana, recibiendo el bautismo, en donde recibimos la ablución del agua “en
el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo”. Y toda la liturgia, los
actos de culto que son manifestación de nuestra fe, está orientada a la
alabanza de la Santísima Trinidad.
Con respecto a esto último,
quiero llamar tu atención sobre dos actos de culto. Uno que lo hacemos casi a
diario (la señal de la cruz) y el acto de culto por excelencia: la Santa Misa.
Cuando hacemos la señal de la
cruz decimos: “En el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo”. Es un
pequeño, pero significativo acto de fe. Indica que lo que hacemos, o al menos,
en ese momento, invocamos el misterio central de nuestra fe. La pregunta
obligatoria es: ¿Con cuánta conciencia y con cuánto respeto lo hacemos?
La Santa Misa comienza y termina
con la invocación a la Santísima Trinidad. Sin embargo, toda ella es una
oración constante y un memorial a la Santísima Trinidad.
En la oración colecta de la Misa
terminamos con la intercesión de Jesucristo que vive y reina con el Padre en
unidad del Espíritu Santo.
El himno del Gloria es un canto
en donde se alaba al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
Después del ofertorio, el
sacerdote pide que oremos para que el Sacrificio que se presentará sea
agradable a Dios Padre todopoderoso.
Cuando comienza la Plegaria
Eucarística decimos: Santo eres en
verdad, Señor, y con razón te alaban todas tus criaturas, ya que por
Jesucristo, tu Hijo, Señor nuestro, con la fuerza del Espíritu Santo, das vida
y santificas todo, y congregas a tu pueblo sin cesar, para que ofrezca en tu
honor un sacrificio sin mancha desde donde sale el sol hasta el ocaso. Por eso,
Padre, te suplicamos que santifiques por el mismo Espíritu estos dones que
hemos separado para ti, de manera que sean Cuerpo y Sangre de Jesucristo, Hijo
tuyo y Señor nuestro, que nos mandó celebrar estos misterios.
En todos los actos de culto
estamos inmersos en el misterio de la Santísima Trinidad. Y cada uno de
nosotros debemos ser concientes de esto y enriquecer nuestra vida espiritual.
Por eso, más que nunca debemos
saber y vivir que En Él somos, nos
movemos y existimos.
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