¿Qué es la misericordia?
Seguramente lo primero que nos vendría a la mente es
un concepto similar a “compasión” o “lástima”. Probablemente en el lenguaje
ordinario sea así, pero, en el lenguaje bíblico es un concepto mucho más rico.
Lo primero que hay que resaltar es que la misericordia
es fruto del amor. Si las acciones no están movidas por el amor, no tienen
mérito ante Dios. Esa es la razón por la cual Jesús nos enseña que se puede
ayudar a alguien, pero si la intensión no es movida por el amor, no vale a los
ojos de Dios: “Guárdense de
las buenas acciones hechas a la vista de todos, a fin de que todos las
aprecien. Pues en ese caso, no les quedaría premio alguno que esperar de su
Padre que está en el cielo. Cuando ayudes a un necesitado, no lo publiques al
son de trompetas; no imites a los que dan espectáculo en las sinagogas y en las
calles, para que los hombres los alaben. Yo se lo digo: ellos han recibido ya
su premio” (Mt 6, 1-2).
La misericordia es un atributo divino. Ya lo hemos
escuchado en el Salmo 117: La
misericordia del Señor es eterna. Es por ello que Nuestro Salvador corrige,
enseña y perdona. Es el amor que mueve a Jesús a buscar el bien por diversos
medios, enseñándonos el bien, corrigiendo cuando nos equivocamos y
perdonándonos cuando estamos arrepentidos. En el Evangelio de este domingo de
la Divina Misericordia Jesús deja a los
Apóstoles y sus sucesores el poder de perdonar los pecados, y al mismo tiempo
escuchamos cómo corrige a Tomás por no haber creído el testimonio de los demás.
Todo ello es fruto de la misericordia divina.
No obstante, la misericordia no es únicamente un
atributo divino, sino que debe ser una cualidad del discípulo de Cristo. No
olvides lo que nos dejó dicho en las Bienaventuranzas: “Dichosos los misericordiosos, porque ellos alcanzarán la misericordia”
(Mt. 5, 7). De hecho, el Señor hace un reclamo fuerte a los fariseos, tan
fuerte que la tradición bíblica da el título de maldición: “¡Ay de ustedes, maestros de la Ley y fariseos, que son unos
hipócritas! Ustedes pagan el diezmo hasta sobre la menta, el anís y el comino,
pero no cumplen la Ley en lo que realmente tiene peso: la justicia, la
misericordia y la fe. Ahí está lo que ustedes debían poner por obra, sin
descartar lo otro” (Mt 23, 23).
La misericordia se manifiesta en la vida de los
discípulos de Cristo en la búsqueda del bien del prójimo, comenzando por los
que están más cerca de nosotros. Debes ayudar, enseñar, corregir y perdonar
movido por el amor a Dios y por el amor al prójimo, tal como nos enseña Jesús.
Esta enseñanza la repite también San Pablo: “Que el amor sea sincero. Aborrezcan el mal y procuren todo lo bueno.
Que entre ustedes el amor fraterno sea verdadero cariño, y adelántense al otro
en el respeto mutuo. Sean diligentes y no flojos. Sean fervorosos en el
Espíritu y sirvan al Señor. Tengan esperanza y sean alegres. Sean pacientes en
las pruebas y oren sin cesar. Compartan con los hermanos necesitados, y sepan
acoger a los que estén de paso” (Rom 12, 9 – 13).
¿Dios es misericordioso? Sí. Y nosotros debemos serlo
también.
“Que tu
misericordia, Señor, sobre nosotros como lo esperamos de Ti” (Sal 33, 22)
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