Lo que nos enseña el Domingo de Ramos
En la
lectura de la pasión de la Santa Misa de hoy encontramos múltiples personajes,
pero, quiero detenerme en la consideración de tres personajes. Lamentablemente,
la actitud de estos personajes sigue presente en la vida actual.
El consejo de ancianos o Sanedrín. Nuestro Señor
Jesucristo fue particularmente duro con ellos porque, teniendo la
responsabilidad de guiar por el buen camino al Pueblo de Dios, no lo hicieron.
Con sus palabras y sus conductas desviaron a las gentes de la práctica de la
verdadera fe. Sus decisiones estaban basadas en otros criterios –principalmente
el político- y no en la voluntad de Dios. Ellos no aceptaron las observaciones
que hacía Nuestro Señor Jesús y dejaron que el corazón se le llenara de odio,
de envidia, de venganza. La consecuencia de sus acciones no se hizo esperar:
amañaron un proceso y mintieron al Procurador para que condenaran a muerte a
Jesús.
Pilatos. Los romanos (y Pilatos era
uno) tenían una fuerte formación en la justicia. Cuando le llevaron a Jesús se
percató inmediatamente de que no existía ninguna razón para que Jesús fuera
ejecutado. Los del Sanedrín realizaron una jugada “política” soliviantando al
pueblo para que pidiera la ejecución de Jesús. Pilatos anunció al pueblo que no
había ningún delito por el que se debiera condenar a un ciudadano. Sin embargo,
dejándose llevar por las palabras de amenaza (se lo diremos al César) condenó a
un justo. No tuvo la valentía y la honradez de ser justo: pesó más en su
corazón su orgullo, su imagen y el no sufrir por mantener una decisión justa.
El pueblo. Es curioso lo volátil que
puede ser la opinión de “todo el mundo”. Esa misma gente que gritaba
“crucifícalo, crucifícalo” era la misma gente que cinco días antes (un día como
hoy) lo aclamaba como rey de Israel. Quienes arrancaban palmas y ramas de olivo
hoy, cinco días después escupirán en la cara a Jesús. La inmensa mayoría de las
gentes se olvidó de tener criterio propio, de usar su propia inteligencia para
decidir personalmente sus propias acciones. Tal vez para no “rayarse”, para que
no dijeran que ellos no estaban en el último grito de lo que pasaba en
Jerusalén, se unieron a un coro que pidieron el ajusticiamiento de un inocente.
Que no
se nos olvide lo que leemos en la carta de Santiago: “El que sabe, pues, lo que
es correcto y no lo hace, está en pecado” (Sant 4, 17). No debemos dejar que el
corazón se llene de veneno que condiciona nuestras acciones: orgullo, soberbia,
ira, venganza, cobardía... Somos hijos de Dios, hermanos y discípulos de
Cristo. Llevemos una vida coherente con Dios, cumpliendo sus mandamientos.
Vive
esta Semana Santa poniendo tu vida delante de Dios para que purifique tu alma
de todo veneno y puedas conocer la Verdad que te hace libre.
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