Aunque no te escuchen, ¡habla!
Desde
el momento en que fuimos bautizados, fuimos hechos uno con Cristo “Sacerdote,
Profeta y Rey”. Somos discípulos de Cristo, somos también profetas.
En
la primera lectura de la Misa de hoy escuchamos el mensaje de Dios a Jeremías
en donde le hace saber que lo ha elegido como profeta. Ya hemos reflexionado en
otras ocasiones que la misión del profeta no es predecir el futuro, sino llevar
un mensaje de parte de Dios. Dios conmina al profeta a llenarse de ánimo y a
llevar en mensaje. Ciertamente, Dios no le oculta que no le será fácil, pero no
ha de tener miedo por eso: “Te harán la
guerra, pero no podrán contigo, porque yo estoy a tu lado para salvarte”.
En
el Evangelio escuchamos cómo el Señor dice a sus paisanos que Él sabe que,
aunque reconozcan que es un profeta, no le van a escuchar. Dicho de otro modo,
les hizo saber que tenían el corazón endurecido y no podían recibir el mensaje
de parte de Dios. Eso hizo llenar de ira a los que le escuchaban.
No
obstante no quieran escuchar el mensaje de parte de Dios, el profeta debe
hablar, debe dar el mensaje. No obstante no nos quieran escuchar, debemos
llevar el mensaje.
Cuando
los discípulos de Cristo renuncian a su vocación de profeta, renuncian a llevar
el mensaje, la sociedad se convierte en “permisiva”, es decir, deja rienda
suelta a cualquier clase de conducta licenciosa, y, en el peor de los casos: se
permite el mal. Y debe quedar bien claro: cuando no se combate el mal, cuando
no se denuncia el mal, se consiente en él. Quien calla, otorga.
Probablemente
pienses que no te van a escuchar, que te “van a rayar”, que hablarán de ti, que
te van a apartar. Eso no debe preocuparte. Lo que debe preocuparte es lo que
diga Nuestro Señor.
No
importa que no te escuchen: Habla, lleva el mensaje. Eres profeta de Dios.
Que
Dios te bendiga.
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