¡Caminarán los pueblos a tu luz!
En
la primera lectura, el profeta Isaías ve como un hecho futuro pero cierto, el
que el Señor guiará a todas las naciones hacia la salvación. Resulta llamativo
este anuncio porque la salvación en al Antiguo Testamento estaba reservada al
Pueblo de Dios que era Israel. Lo que nunca sospecharon en ese entonces es que
el proyecto de Dios es de salvar a todos los hombres.
Ya
prácticamente desde su nacimiento, el Señor quiso dar indicios de que la
salvación era para todos y que se sirve de diversos medios para que llegue a
todos, aunque no lo conozcan: basta que tengan un corazón sincero y actúen con
rectitud de corazón. Es así como los Magos venidos de Oriente llegan a
Jerusalén preguntando por el Rey de los judíos. Llama la atención la afirmación
de los Magos sobre la divinidad de ese “Rey de los judíos”: Hemos venido a adorarlo. La adoración,
en la cultura de Israel era reservada solo a Yahveh.
El
mundo ha avanzado, las circunstancias han cambiado, pero esencialmente este
mundo es el mismo: se hace difícil conocer y seguir a Dios. Y es aquí donde
resulta imprescindible la persona y el mensaje de Cristo Jesús: las tinieblas cubren la tierra y espesa
niebla envuelve a los pueblos; pero sobre ti resplandece el Señor y en ti se
manifiesta su gloria. Caminarán los pueblos a tu luz y los reyes, al resplandor
de tu aurora.
En
medio de un mundo perdido entre mil cosas vanas: fama, placeres, afán de poder,
consumismo… el Señor nos dice cuál es el camino que nos lleva seguro a la
salvación. No solo para el Pueblo de Israel, sino para todos: por el Evangelio, también los paganos son
coherederos de la misma herencia, miembros del mismo cuerpo y partícipes de la
misma promesa en Jesucristo.
Los
Magos reconocieron en el Niño Jesús al Rey, Dios y hombre verdadero al ofrecer
oro, incienso y mirra. Queda de nuestra parte hacer lo mismo: reconocerlo como
nuestro Rey, como nuestro Dios y como hombre que es capaz de comprendernos y
entendernos porque es uno de nosotros. Y sobre todo: actuar consecuentemente.
Si es Rey, hagamos lo que Él nos dice, si es Dios, adorémoslo y sirvámosle; si
es hombre, acudamos a Él con la confianza de un amigo que nos está cercano.
Que
Dios te bendiga.
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