¡Que la paz de Dios te guarde!



En la segunda lectura de la Misa escuchamos: “No se inquieten por nada; más bien presenten en toda ocasión sus peticiones a Dios en la oración y la súplica, llenos de gratitud. Y que la paz de Dios, que sobrepasa toda inteligencia, custodie sus corazones y sus pensamientos en Cristo Jesús”.
No se inquieten por nada: Date cuenta que no vale la pena llenarte de preocupaciones por las cosas materiales. Es cierto que las necesitamos para vivir, y vivir bien. Sin embargo, no deben ser ellas el centro de nuestra vida. De lo contrario ocurren distorsiones. Debemos vivir desprendidos. De hecho, ése es el consejo de Juan el Bautista que escuchamos en el Evangelio de hoy: ¿Te sobra? Da. No cobres más de lo que debes, no extorsiones a nadie… Y ese aviso es válido también en este tiempo de adviento: la Navidad no es botar dinero sin sentido, es celebrar con alegría el nacimiento del Niño Dios.
Más bien presenten en toda ocasión sus peticiones a Dios en la oración y la súplica: Éste es el distintivo de los creyentes en Cristo. Todo va orientado a Cristo Jesús y a Él presentamos todo: nuestros sueños, anhelos y necesidades. Los fieles sabemos que todo lo recibimos de su mano y sin Él no podemos nada. El trato con Jesús en la oración es fuente de santidad en nuestra vida.
Y que la paz de Dios, que sobrepasa toda inteligencia: La paz es la tranquilidad que da el orden. Cuando todo marcha según lo previsto, cuando cada cosa está en su sitio, cuando el mal no destroza la armonía del bien, entonces se está en paz. El hombre fue creado por Dios para ser feliz, pero esa felicidad no se alcanza sin Dios. Decía San Agustín: “Nos hiciste, Señor, para Ti y nuestro corazón estará inquieto hasta que descanse en Ti”. Está mal sacar a Jesús de nuestra vida: sin Él la vida entra en una especie de tormenta que lleva al alma de un sitio para otro buscando algo que la llene, pero al darse cuenta del vacío, va buscando más novedades. Sin Jesús no hay paz.
custodie sus corazones y sus pensamientos en Cristo Jesús: La confianza, que nace de la fe en Cristo Jesús, es la mejor protección en los momentos de adversidad y en los momentos en que la inquietud nos tienta. ¡Somos de Jesús! Y aunque estemos agobiados, nuestra fe, que se alimenta de la oración, la Palabra y los sacramentos, nos hace estar tranquilos. Así lo escuchamos en el salmo responsorial de hoy: El Señor es mi Dios y salvador, con él estoy seguro y nada temo. El Señor es mi protección y mi fuerza y ha sido mi salvación.
¡Que la paz de Dios te guarde!

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