¿Por qué se llama comunión?
En el libro de los Proverbios (9, 1-6)
escuchamos cómo la Sabiduría (Dios mismo) prepara un banquete e invita a todos
a participar de él, al mismo tiempo que conmina a apartarse del camino del mal.
Básicamente, en el festín se ofrece a los convidados pan y vino. No cabe duda
que es una clara referencia a la Eucaristía.
En el Evangelio (Jn 6, 51-58) el Señor
continúa con el discurso del pan de vida y en este pasaje se afirma sin otro
sentido: Yo les aseguro: Si
no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no podrán tener
vida en ustedes.
El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna y yo
lo resucitaré el último día. Mi carne es verdadera comida y mi sangre es
verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí y yo
en él. Como el Padre, que me ha enviado, posee la vida y yo vivo por él, así
también el que me come vivirá por mí.
El resultado de esta afirmación la
escucharemos el domingo que viene: creyeron que les decía que se lo comieran y
lo comenzaron a dejar porque creían que estaban loco. Y si no tomamos la enseñanza
del Señor por completo, podríamos llegar a una conclusión similar. Pero
nosotros sabemos que Jesús se ha quedado con nosotros bajo las especies de pan
y de vino en la Sagrada Eucaristía. Recibir a Jesús convenientemente trae como
consecuencia, primero, en que tendremos vida en nosotros. Ya dijimos el domingo
pasado que esa vida a la que se refiere es la vida interior, la vida del
espíritu. La segunda consecuencia es que nos hacemos uno con Jesús: porque
permanecemos en Él y Él en nosotros. Por eso se llama comunión.
El fruto de la Comunión Eucarística
dependerá de nosotros. De nadie más. Si no nos preparamos convenientemente, los
frutos del encuentro con Jesús serán mínimos, si no nulos.
Existe una preparación externa: el ayuno
eucarístico y la apariencia externa. Todos, antes de participar de la Santa
Misa, debemos abstenernos de comer una hora antes de comulgar y debemos
vestirnos convenientemente, lo más decente posible.
La preparación interna dependerá de cada quien. Los santos de la
historia de la Iglesia han aconsejado un preparación remota (es decir, hacernos
conscientes de que vamos a comulgar con horas de antelación), una preparación próxima
(participando correctamente en la Santa Misa, escuchando con respeto su Palabra,
respondiendo conscientemente a las invocaciones y participando con los cantos)
y una preparación inmediata: preparando el alma justo antes de comulgar con
actos de fe, con oraciones y poniendo nuestro pensamiento solo en Jesús.
Todo buen cristiano, al comulgar, debe
evitar distraerse. Una vez recibido al Señor debe saber disfrutar de su
presencia en nosotros que es solo por unos minutos (mientras dura la presencia
sacramental). En recogimiento, debe darle gracias y hacer todas las peticiones
que quiera.
Si vivimos convenientemente este
encuentro o comunión con Jesús, dará fruto en nosotros y tendremos vida en
Cristo Jesús.
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