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Eliminar distorsiones

Nunca antes se había hablado tanto de la familia y su importancia. De igual manera, nunca se ha atacado a la familia como institución natural querida por Dios. Hoy se ataca a la institución familiar desde muchos ámbitos. El primer centro de ataques radica en su origen: en el matrimonio. Se pretende equiparar la institución matrimonial con caprichos depravados (uniones homosexuales) o con uniones libres del compromiso que nace del amor (concubinatos, uniones libres, etc). La Iglesia se ha opuesto y se opondrá en su Magisterio porque este tipo de vida es contrario a la Voluntad originaria de Dios. La Iglesia, como institución, no se debe a la opinión pública sino a la fidelidad a Cristo Jesús y su mensaje de salvación. Otro de los enemigos que tiene la familia es la falta de criterio en la educación de los hijos. Hoy se pretende sustraer la responsabilidad de la familia sobre la escuela para trasladarla a otro ente meramente político. Y eso no está bien porque la educación d

¡Que la paz de Dios te guarde!

En la segunda lectura de la Misa escuchamos: “ No se inquieten por nada; más bien presenten en toda ocasión sus peticiones a Dios en la oración y la súplica, llenos de gratitud. Y que la paz de Dios, que sobrepasa toda inteligencia, custodie sus corazones y sus pensamientos en Cristo Jesús ”. No se inquieten por nada : Date cuenta que no vale la pena llenarte de preocupaciones por las cosas materiales. Es cierto que las necesitamos para vivir, y vivir bien. Sin embargo, no deben ser ellas el centro de nuestra vida. De lo contrario ocurren distorsiones. Debemos vivir desprendidos. De hecho, ése es el consejo de Juan el Bautista que escuchamos en el Evangelio de hoy: ¿Te sobra? Da. No cobres más de lo que debes, no extorsiones a nadie… Y ese aviso es válido también en este tiempo de adviento: la Navidad no es botar dinero sin sentido, es celebrar con alegría el nacimiento del Niño Dios. Más bien presenten en toda ocasión sus peticiones a Dios en la oración y la súpli

No hay amor sin fruto

En múltiples ocasiones hemos escuchado aquel refrán que dice: “Obras son amores y no buenas razones”. Y eso es cierto también en la vida espiritual. Así lo escuchamos en la segunda lectura de la Misa de hoy (Fil 1, 4-6. 8-11). Que el amor de Cristo Jesús siga creciendo más y más : Desde el momento de nuestro bautismo fuimos configurados en Cristo (Gal 3,27), es decir, que ahora somos miembros de Cristo Jesús. Debemos ser su imagen. En nosotros debemos tener los mismos sentimientos de Cristo, su mismo amor (Fil 2, 5). Ese amor que llevó siempre a Jesús a hacer todo para agradar al Padre, a buscar el bien de los hermanos (en orden material y espiritual) hasta llegar al extremo de dar su propia vida por todos los hombres. Debemos dejar que ese amor de Cristo crezca en nosotros, ser cada vez más imagen de Jesús. Se traduzca en un mayor conocimiento y sensibilidad espiritual : Es la condición y la consecuencia necesarias. Si quiero dejar que el amor de Cristo crezca en mí debo cono

¡Maranathá! ¡Ven, Señor Jesús!

La Iglesia desde siempre ha anunciado que el Señor vendrá por segunda vez. Forma parte de nuestra, de hecho, en el Credo recitamos: “ y desde allí (de la derecha del Padre) ha de venir a juzgar a los vivos y a los muertos ”. Y esto es un hecho que anunciamos y pedimos con frecuencia: en el Padrenuestro decimos “ venga tu Reino ”. En la Santa Misa, en la aclamación después de la Consagración decimos: “ Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección, ven, Señor Jesús ”, o también: “ Cada vez que comemos de este pan y bebemos de este cáliz, anunciamos tu muerte, Señor, hasta que vuelvas ”. Después del rezo del Padrenuestro en la Misa, el sacerdote se dirige a Dios Padre con estas palabras: “ Líbranos de todos los males, Señor, y concédenos la paz en nuestros dias, para que, ayudados por tu misericordia, vivamos siempre libres de pecado y protegidos de toda perturbación, mientras esperamos la gloriosa venida de nuestro Salvador Jesucristo ”. El tiempo de Adviento es particular

Jesucristo es Rey

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             La Sagrada Escritura está plagada de referencias al Reinado de Cristo. Desde la profecía de Natán (2 Sam 7, 12 – 16), pasando por el anuncio de Juan el Bautista (Mt 3, 2) hasta las hermosas palabras de San Pablo (1Cor 15, 24 – 28). Jesús se aplica ese título a sí mismo en muchas ocasiones. Hoy, en el Evangelio de la Misa, Jesús no solo afirma ser Rey, sino que, además, da varias pistas de su reinado.

Jesús vendrá al final de los tiempos

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Este año dedicado a la renovación de nuestra fe es una ocasión propicia para que profundicemos en el contenido de lo que creemos. Uno de esos contenidos es la segunda venida de Nuestro Señor y Salvador Jesucristo.                 Forma parte de la enseñanza de los Apóstoles el que, al final de los tiempos, Nuestro Señor Jesucristo vendrá por segunda vez a instaurar de manera definitiva su Reinado. El mismo Señor lo anunció y así lo leemos en los Evangelios. La segunda venida de Cristo Jesús está en el credo, en la profesión de nuestra fe que hacemos cada domingo: “ subió a los cielos y está sentado a la derecha del Padre; desde allí ha de venir a juzgar a los vivos y a los muertos ”.                 La narración de la segunda venida está hecha en el lenguaje propio de los judíos quienes usaban imágenes exageradas para anunciar algo importante.

Dios no aprecia las migajas

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Desde los inicios de la humanidad según la Biblia, ha existido la mezquindad para con Dios. Dios se ha encargado de hacer saber que no aprecia que le den el “sobrado” o lo que no nos causa incomodidad. En el sacrificio de Caín y Abel, Dios acepta el de Abel porque ofreció las primicias de su trabajo (lo primero para Dios) y no el de Caín que simplemente ofreció algunos frutos de la tierra (Gn 4, 3-5) Cuando se instaura en el culto de Israel los sacrificios a Dios, Dios establece los criterios con claridad: “ Cuando alguien ofrezca vacuno como sacrificio de comunión, ya sea macho o hembra, ofrecerá un animal sin defecto ” (Lev 3, 1). Cuando se dejaba de lado esta exigencia del Señor, Él mismo la reclama: “ El hijo honra a su padre; el servidor respeta a su patrón. Pero si yo soy padre, ¿dónde está la honra que se me debe? O si yo soy su patrón, ¿dónde el respeto a mi persona?...

¡Tú sabes cómo!

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Para comprender mejor el pasaje del Evangelio de nuestra Santa Misa de hoy, es importante que reparemos en algunos detalles. Los escribas eran unos personajes que tenían como oficio el estudio de la ley. Serían, más o menos, como los abogados de hoy. En los tiempos en que vivió el Señor en Israel había distintos pareceres sobre los mandamientos que aparecen en el Antiguo Testamento. Eran 248 mandamientos y 365 prohibiciones (entre ellos se encontraban los Diez Mandamientos). Algunos pensaban que todos eran importantes, otros decían que algunos eran más importantes que otros. El resultado final es que se daban discusiones entre los diferentes maestros de la ley. No era raro, pues, que un escriba se acercara a Jesús, que tenía fama de Maestro, a preguntarle su opinión sobre cuál de los mandamientos es el más importante. La respuesta de Jesús es sencilla y demoledora: