La Inmaculada Concepción de la Virgen María
Palabras del Papa Benedicto XVI en el Ángelus del 8 de diciembre de 2010.
(Traducción A.R.)
Hoy, nuestra cita para la oración del Angelus adquiere una luz especial, en el contexto de la solemnidad de la Inmaculada Concepción de María. En la Liturgia de esta fiesta se proclama el Evangelio de la anunciación (Lc 1, 26-38), que contiene, precisamente, el diálogo entre el Ángel Gabriel y la Virgen. “Alégrate, llena de gracia: el Señor está contigo” –dice el mensajero de Dios, y en este modo revela la identidad más profunda de María, el “nombre”, por así decirlo, con el cual Dios mismo la conoce: “Llena de gracia”. Esta expresión, que no es muy familia desde la infancia porque la pronunciamos el Avemaría, nos ofrece la explicación del misterio que hoy celebramos. De hecho, María, desde el momento en cual fue concebida por sus padres, fue objeto de una singular predilección por parte de Dios, el cual en su designio eterno, la ha escogido para ser madre de su Hijo hecho hombre, y por consecuencia, preservada del pecado original. Por esto, el Ángel se dirige a Ella con este nombre, que implícitamente significa: “Desde siempre llena del amor de Dios”, de su gracia.
El misterio de la Inmaculada Concepción es fuente de luz interior, de esperanza y de consuelo. En medio de las pruebas de la vida y especialmente a las contradicciones que el hombre experimenta dentro de sí alrededor suyo, María madre de Cristo nos dice que la gracia es más grande que el pecado, que la misericordia de Dios es más potente que el mal, que se manifiesta en muchos modos en las relaciones y en los hechos, pero que tiene su raíz en el corazón del hombre, un corazón herido, enfermo, e incapaz de curarse solo. La Sagrada Escritura nos revela que en el origen de cualquier mal está la desobediencia a la voluntad de Dios, y que la muerte ha tomado posesión porque la libertad humana he cedido a la tentación del Maligno. Pero Dios no deja morir su designio de amor y de vida: a través de un largo y paciente camino de reconciliación ha preparado la alianza nueva y eterna, sellada en la sangre de su Hijo, que para ofrecerse a sí mismo en expiación, “nació de una mujer” (Gal 4, 4,). Esta mujer, la Virgen María, se ha beneficiado con anticipación a la muerte redentora de Cristo, y desde el momento de la concepción fue preservada del contagio de la culpa. Por esto, con su corazón inmaculado, Ella nos dice: Confiad en Jesús, Él salva.
A su intercesión confío las necesidades más urgentes de la Iglesia y del mundo. Ella nos ayude sobre todo a tener fe en Dios, a creer en su Palabra, a rechazar siempre el mal y elegir el bien.
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