La Lepra

En Israel había una normativa muy estricta sobre la lepra. Cualquier persona que tuviese un eccema en la piel debía acudir a los sacerdotes para que emitieran su juicio. Si el sacerdote dictaminaba que se trataba de lepra, cambiaba totalmente la vida de esa persona. A partir de ese momento era declarado impuro y debía irse de la ciudad o pueblo para vivir apartado. Debía cubrirse completamente y si tenía que acudir al pueblo, debía anunciar a gritos que era impuro.

Con respecto a la lepra, llama la atención que la Biblia no se refiera a su desaparición como “sanación” sino de “limpieza”. Y es cierto: la sanación es interior.

En la primera lectura escuchamos el pasaje de la sanación de Naamán. Éste era un general de un ejército y sufría de lepra. Habiendo oído la fama de Eliseo, profeta de Yahweh, se dirigió a Israel para curarse de su penosa enfermedad. Eliseo, quien no lo recibió, le dice que se bañe siete veces en el Jordán. Naamán se muestra disgustado por el trato, pero sus sirvientes le convencen de que lo haga. A regañadientes, se baña siete veces en el Jordán. Su lepra desapareció. Sin embargo, el mayor bien que recibió Naamán no fue el verse limpio de la lepra, sino, haber reconocido y aceptado a Yahweh como el único Dios vivo y verdadero. Su vida tiene un comienzo nuevo.

Algo similar ocurrió con el samaritano del Evangelio. Diez leprosos le gritan a lo lejos a Jesús. El Señor accede a su petición, pero, no fueron fieles a la gracia: nueve se fueron limpios, pero no sanados. Solo uno recibió todo el beneficio.

La diferencia tal vez radica en el espíritu con el que se acercan a Jesús. Nueve de ellos lo único que querían del Señor era verse limpios de la lepra, y nada más. El samaritano probablemente también, pero dejó que la gracia divina tocara el corazón. Dejó de lado una serie de prejuicios, entre ellos, la enemistad histórica entre judíos y samaritanos, para reconocer que fue objeto del amor extremo de Dios. Dejó que la gracia renovara su mente y su corazón. Era un hombre limpio y sanado. Por eso se acerca a dar gracias y alabar al Señor.

La lepra de hoy, como dice el Papa Benedicto XVI, es el pecado con todas sus causas y sus consecuencias. El orgullo, la soberbia, el egoísmo, etc., son un obstáculo para la sanación interior. De hecho, muchos cristianos acuden a Dios para pedir un beneficio personal, pero no se dejan tocar por la gracia, porque no tienen interés, no quieren ser fieles al Señor.

Todos los días podemos sentir el amor de Dios, incluso en medio de las dificultades. Tener la disposición de ser fieles es el primer paso para ser sanados.

Dios te bendiga.

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