Auméntanos la fe

Auméntanos la fe
Cuentan que una vez alguien se dedicó a observar cómo salía una mariposa del capullo. Veía cómo se esforzaba por salir por un diminuto agujero la mariposita. Este personaje, movido tal vez por compasión o por impaciencia, tomó una pequeña navaja y cortó el resto del capullo para que pudiera salir la mariposa. Su mayor sorpresa fue que la mariposa murió poco después de salir del capullo.
Aquel episodio le llamó poderosamente la atención. Decidió preguntar a un amigo suyo, profesor de biología, sobre el fenómeno que había observado. Su amigo le hizo saber que la causa de la muerte de la mariposa fue el haberle abierto el capullo. Ante su admiración, el profesor le explicó que el esfuerzo que hace la mariposa por salir del capullo ayuda a que se irrigue la sangre por el cuerpo y se tonifiquen sus miembros, de tal manera que al salir del capullo pueden llevar una vida independiente. Cuando cortó el capullo, evitó que todo esto ocurriera causando la muerte de la recién nacida mariposa.

Hoy las lecturas que Dios y la Iglesia nos ofrecen para nuestra reflexión este domingo nos invitan a que consideremos la adversidad como algo natural en nuestra vida, y que es el fermento para que nuestra fe crezca y se consolide.

En la primera lectura, del profeta Habacuc, el profeta recibe una visión donde él reclama las injusticias que padece y que Dios no escucha sus plegarias. En la misma visión, el Señor le responde que la solución a estas injusticias no será inmediata, sino será en su momento. Sólo aquél que permanezca firme en la fe y confianza en el Señor obtendrá la vida eterna. El Salmo nos recuerda un episodio del Pueblo de Israel en su paso por el desierto: dudaron de la providencia divina y el Señor les hizo saber su inconformidad. Desde entonces, el Señor les dice: No endurezcan el corazón como en el día de la rebelión en el desierto. El salmista eleva una pequeña plegaria: Señor, que no seamos sordos a tu voz.

En el Evangelio, a la petición de "auméntanos la fe", el Señor les hace saber que aunque su fe sea pequeña, podrían lograr muchas cosas, pero que eso no quitan el que las adversidades cotidianas de la vida son la ocasión para que la fe crezca. No hemos de esperar que el Señor lo resuelva todo. Nos ha dado todas las herramientas para superar las dificultades y no existe ningún obstáculo para que dejemos de hacer lo que debemos hacer: ¿Quién de ustedes, si tiene un siervo que labra la tierra o pastorea los rebaños, le dice cuando éste regresa del campo: ‘Entra enseguida y ponte a comer’? ¿No le dirá más bien: ‘Prepárame de comer y disponte a servirme, para que yo coma y beba; después comerás y beberás tú’? ¿Tendrá acaso que mostrarse agradecido con el siervo, porque éste cumplió con su obligación?

Es injusto pretender que todo lo tiene que resolver el Señor, sobretodo porque no ha sido Él quien ha causado esas incomodidades y necesidades. Piensa, como dijo un sabio y santo sacerdote: Si Dios te ha dado una carga es porque está seguro que eres capaz de llevarla adelante: Así también ustedes, cuando hayan cumplido todo lo que se les mandó, digan: ‘No somos más que siervos, sólo hemos hecho lo que teníamos que hacer’.

Son las pequeñas y grandes adversidades las que hacen crecer nuestra fe. Si sucumbimos ante ellas, nuestra fe muere. Si el cristiano no es capaz de sobreponerse a las diversas adversidades, desde la lengua mordaz de los incrédulos o ateos hasta las injusticias de autoridades o particulares, no hará crecer su fe la que, irremediablemente, irá a menos hasta casi desaparecer.

Así nos lo recuerda el Catecismo de la Iglesia Católica (nº 1816): El discípulo de Cristo no debe sólo guardar la fe y vivir de ella sino también profesarla, testimoniarla con firmeza y difundirla: ‘Todos vivan preparados para confesar a Cristo delante de los hombres y a seguirle por el camino de la cruz en medio de las persecuciones que nunca faltan a la Iglesia’. El servicio y el testimonio de la fe son requeridos para la salvación: ‘Todo aquel que se declare por mí ante los hombres, yo también me declararé por él ante mi Padre que está en los cielos; pero a quien me niegue ante los hombres, le negaré yo también ante mi Padre que está en los cielos’ (Mt 10, 32-33).

Así pues no dejemos que nuestra fe muera, sino que crezca y se fortalezca con las adversidades de la vida.

Comentarios

Entradas populares de este blog

“Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu” (Lc 23, 46)

¿Qué nos enseña el pasaje de la resurrección de Lázaro?

La segunda venida del Señor y el fin del mundo