La gracia no anula la naturaleza humana

No cabe duda que María fue adornada con la gracia divina –en el Ave María la llamamos llena de gracia– pero ese don divino no anula para nada la naturaleza divina.


Dios nos hizo el precioso regalo de la libertad como la capacidad de autodeterminarnos al bien. El fin del ser humano es la búsqueda de la felicidad como la posesión del bien. En nuestro camino encontramos multitud de bienes que, si bien nos regalan felicidad, no son capaces de llenar todos los anhelos y el deseo de felicidad plena que añoramos.

En ese camino podemos distraernos y volcarnos sobre los bienes materiales creyendo que nos otorgarán la felicidad perfecta, pero, la experiencia nos enseña: al final nos quedará solo una sensación de vacío, de haber perdido el tiempo y nuestra vida, sin haber llenado el corazón. También nuestra libertad puede apartarse del camino y burlar todos los mandamientos. Sin embargo, en todos los momentos de nuestra vida la gracia de Dios no nos faltará. Quedará de parte de nosotros ser fieles a las mociones del Espíritu Santo.

Y esto es un principio que debemos tener claro: la Gracia Divina –la misma vida de Dios en nosotros, la realización de la amistad con Él– perfecciona nuestros actos buenos.

María, Nuestra Madre, era una persona humana como tú y como yo. No estaba exenta de su libertad: solo que fue fiel a todo lo que Dios le propuso y se mantuvo fiel siempre y hasta el final. La riqueza de su vida de oración era asombrosa (ya escuchamos en el Evangelio el himno de acción de gracias, el Magnificat). Ella fue el primer sagrario puesto que llevó dentro de sí al Señor con la plenitud de su Divinidad.

La Iglesia firmemente ha creído que el Señor ha recompensado la fidelidad de María librándola de la corrupción del sepulcro, llevándola en cuerpo y alma al cielo. Ella, que es ejemplo de fidelidad al Señor, recibió la recompensa prometida a los que son fieles. Es un estímulo para nosotros: si somos fieles también recibiremos la corona que no se marchita.

Para ser fieles hemos de fortalecer nuestra voluntad. Así como si no nos ejercitamos, perdemos nuestra fortaleza física, si no ejercitamos nuestra alma, ella se debilitará, y estará desprotegida ante las tentaciones que nos ponen el mundo, el demonio y la carne.

La Asunción de la Virgen María a los cielos es una afirmación: ¡Sí podemos! ¡Nuestra Madre nos ha demostrado que sí se puede!

Confiémonos a Ella que intercede con poder ante su Hijo Jesucristo. Ella nos grita desde el cielo: ¡Ven, hijo mío, ven! ¡Aquí te espero!

Que podamos gozar de la compañía de María en el cielo.

Que el Señor nos ayude y nos bendiga.

Comentarios

Entradas populares de este blog

“Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu” (Lc 23, 46)

¿Qué nos enseña el pasaje de la resurrección de Lázaro?

La segunda venida del Señor y el fin del mundo