Dios no te salvará sin ti

 Hay una de esas frases lapidarias pronunciadas por San Agustín que dice: Dios que te creó sin ti no te salvará sin ti. Con esa frase, San Agustín quería hacer saber a todos que para que podamos alcanzar la felicidad eterna es necesaria nuestra participación, de tal manera que, sin nuestro consentimiento y nuestra conducta, no es posible ir al cielo.

En otras ocasiones hemos tenido la posibilidad de reflexionar sobre lo que significa realmente la fe: es hacer el obsequio de nuestra inteligencia y nuestro corazón a Dios. Así, la palabra de Dios, su mensaje de salvación, son el faro seguro que nos guía en medio de la oscuridad y las adversidades.

Ignorar la Palabra de Dios es igual que rechazarla. Aquel que se muestra indiferente, en la práctica, es lo mismo que rechazarla puesto que en ambos casos no se da la entrega del corazón a Cristo. La fe requiere que nosotros estemos dispuestos a buscar y cumplir la voluntad de Dios en todas las circunstancias. Por eso hoy y hasta el final de los tiempos será válido lo que escuchamos en el salmo responsorial: "Señor, que no seamos sordos a tu voz".

En el evangelio (Lc 17, 5 - 10)escuchamos la respuesta del Señor a la petición que le hacen sus discípulos: "Auméntanos la fe". Nuestro Señor utiliza una figura que no resulta de fácil comprensión: Un hombre tiene un siervo que trabaja en el campo y al volver de la jornada, el hombre le dice a su servidor que le prepare de comer. "¿Tendrá acaso que mostrarse agradecido con el siervo, porque éste cumplió con su obligación? Así también ustedes, cuando hayan cumplido todo lo que se les mandó, digan: ‘No somos más que siervos, sólo hemos hecho lo que teníamos que hacer’".

La vida está llena de imprevistos, de cosas que escapan a nuestro control. En muchas ocasiones estamos a merced de las malas decisiones de otros. En todas esas situaciones nos vemos exigidos y como seguidores de Cristo hemos de dar testimonio de nuestra fe, dando una respuesta cónsona con nuestra condición. No hacemos, como creyentes, algo extraordinario (aunque a los ojos de los demás pueda parecerlo, porque tienen el corazón vacío de Cristo Jesús). Y así, delante de Cristo, hemos de reconocer que hicimos lo que Él nos mandó. Y es entonces con el obsequio de nuestra mente y corazón como correspondemos al don que Cristo nos ofrece: la salvación.

Una de las manifestaciones de esa fe en Cristo descansa en el servicio. Somos servidores del Señor. Jesús quiere decir que así es un hombre de fe en su relación con Dios: se rinde completamente a su voluntad, sin cálculos ni pretensiones. Y es así como alcanzamos la salvación.

Que el Señor nos conceda la gracia de no ser sordos a su voz.


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