Responsables de la tradición
Hoy que celebramos la Solemnidad del Cuerpo y la Sangre de Cristo –Corpus Christi– es obligatorio recordar nuestra fe en la presencia real de Jesús en la Eucaristía. La Iglesia, desde siempre, ha creído firmemente que, después de las palabras de la consagración por el sacerdote sobre las especies de pan y vino, Nuestro Señor Jesucristo se hace presente con su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad.
San Pablo da testimonio de que lo que hoy llamamos la Santa Misa tiene su origen en el mismo Jesucristo, en su última cena pascual con los discípulos: “Yo recibí del Señor lo mismo que les he transmitido” (1Co 11, 23). Y el contenido de la fe, de nuestra fe, se transmite de generación y es la comunidad de creyentes la responsable de transmitir lo que hemos recibido. Eso se llama tradición.
Quiero precisar un poco más: no solo es la Iglesia como institución, sino también la Iglesia como comunidad de fieles. Y es en este sentido en el que podemos afirmar que todos los creyentes somos responsables de transmitir la fe en la presencia real de Jesucristo en la Eucaristía.
Esa tradición -entrega de la fe- se hace no solo con las palabras, sino también y, sobre todo, con la vida. Los gestos son uno de los elementos más importante: eso le llamamos testimonio.
La manera como nosotros nos conducimos en el templo, nuestra actitud delante del Santísimo Sacramento, el respeto y el recogimiento al comulgar, por poner algunos ejemplos, son una manera más eficaz de comunicar la veneración hacia el Señor que un discurso teológico.
Si hoy las generaciones que nos siguen no tienen la fe en Jesús Eucaristía es porque hemos fallado en transmitirla. Y seguramente todos tienen alguna responsabilidad: los pastores de la Iglesia, los teólogos, los laicos con compromiso en la Iglesia…
“Fíjate de donde has caído y vuelve a hacer lo que antes sabías hacer” (Ap 2, 5). Volvamos al “calor del primer amor” (Ap 2, 4). Es un momento más que propicio para examinar nuestra fe y piedad hacia Jesucristo en la Eucaristía. Y si por alguna razón se ha enfriado (y lo hemos transmitido así a los demás) es el momento de volver al origen: a la fe en Cristo Jesús y al testimonio de su presencia real en la Eucaristía.
¡Alabado sea el Santísimo Sacramento del Altar!
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