Es malo porque nos aleja de Jesús
En la primera lectura de nuestra Santa Misa de hoy escuchamos una frase muy dura: “Maldito el hombre que confía en el hombre, que en él pone su fuerza y aparta del Señor su corazón” (Jer 17, 5).
En el Evangelio escuchamos la versión de las bienaventuranzas según San Lucas (Lc 6, 17. 20-26). En ellas se nos invita a ver las cosas de un modo diferente: a rechazar la búsqueda del aplauso y las felicitaciones humanas, porque estas se mueven por criterios humanos. La verdadera felicidad está cuando nuestro actuar nos acerca al Señor, independientemente del reconocimiento de los hombres.
La bondad o maldad de nuestras acciones no dependen del consenso de la mayoría. Nunca ha sido verdadera aquella frase que dice que “la voz del pueblo es la voz de Dios”. La voz de las masas es cambiante, la Palabra de Dios permanece para siempre. La bondad o maldad de las acciones dependerá si nos acercan o nos alejan de Nuestro Señor.
No resulta fácil para un creyente vivir en medio del mundo, sobre todo cuando éste quiere imponernos una serie de patrones de conducta que obedecen a intereses bien definidos. Hoy por hoy, muchísimas personas sufren de ansiedad o depresión porque se sienten obligados a llevar un género de vida que no desean, porque no les hace feliz ni tampoco les llena de significado.
Cuando imperan valores contrarios al mensaje de Cristo, se hace difícil para las nuevas generaciones entender que el camino de la verdadera felicidad está en el encuentro con Cristo Jesús y en seguir el verdadero camino que lleva la salvación. Es por eso que se nos hace urgente encontrar nuevas formas de transmitir nuestra fe a las generaciones más jóvenes.
Tengámoslo claro hoy y siempre: la razón de la felicidad verdadera no está en seguir los criterios del mundo. Eso puede convertirnos en un éxito social, pero en un fracaso personal. Y la consecuencia más perniciosa es que apartan nuestro corazón de Cristo Jesús. Y por eso es malo. La verdadera felicidad está en Cristo y en la salvación que nos ofrece.
“Bendito quien confía en el Señor y pone en el Señor su confianza” (Jer 17, 7).
Que la bendición de Dios nos acompañe siempre.
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