Somos discípulos y también misioneros
Las lecturas de la Santa Misa de hoy, en especial, la del primer libro de Samuel (3, 3b-10. 19) nos hablan de la principal actitud del discípulo: escuchar. En el Evangelio (Jn 1, 35-42) escuchamos también la consecuencia inevitable de haber escuchado al Maestro: llevar el mensaje a otros.
Desde hace más de 15 años, la Iglesia nos ha propuesto la figura del discípulo misionero como el modo de vivir nuestro seguimiento a Jesús. Todos somos discípulos porque debemos estar con la actitud de escucha: estamos en un constante aprendizaje de lo que el Señor quiere para nosotros y nuestra salvación. La primera lectura nos ofrece el modelo de la escucha: Samuel. El joven Samuel estaba dispuesto a decirle al Señor: “Aquí estoy” y con la orientación adecuada llegó a la actitud del discípulo: “Habla, Señor; tu siervo te escucha”.
El reconocer a Jesús como Dios y hombre verdadero, aceptarlo como el Señor y Maestro, teniendo la actitud de escucha y poniendo en práctica su Palabra, trae como consecuencia inevitable anunciarlo a otros, como Andrés a Simón: “Hemos encontrado al Mesías”. Entonces, nos convertimos en misioneros.
El documento de Aparecida resume esta consecuencia natural del discípulo: “Conocer a Jesús es el mejor regalo que puede recibir cualquier persona; haberlo encontrado nosotros es lo mejor que nos ha ocurrido, y darlo a conocer con nuestra palabras y obras es nuestro gozo” (n. 32).
Evidentemente, no podemos negar que son muchos los que no anuncian a Jesús a los demás por miedo a que pueda achacársele las propias imperfecciones. El Papa Francisco en la Evangelii Gaudium nos dice: “Tu corazón sabe que no es lo mismo la vida sin Él; entonces eso que has descubierto, eso que te ayuda a vivir y que te da una esperanza, eso es lo que necesitas comunicar a otros. Nuestra imperfección no debe ser una excusa; al contrario, la misión, es un estímulo constante para no quedarse en la mediocridad y para seguir creciendo” (n. 121).
El anunciar lo que hemos escuchado no quiere decir necesariamente que debamos transmitirlo exactamente del mismo modo en que lo recibimos. Es necesario preparar los corazones para recibir el mensaje. Por eso, debemos comenzar por las cosas más sencillas como invitar a las personas a confiar en Dios o acudir a Él en las necesidades y en los momentos de angustia.
Lo primero es la actitud del discípulo: escuchar. Siempre podemos aprender algo nuevo del Maestro. Y luego, anunciar a los demás a Cristo Jesús, como misioneros.
Que Jesús, el Maestro, nos bendiga hoy y siempre.
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