El valor del sacrificio

 El Evangelio de nuestra Misa de hoy (Mt 17, 1-9), nos da muchos elementos para nuestra reflexión. Hoy quiero ofrecerte una reflexión particular.

Dice el evangelista que Nuestro Señor Jesucristo, junto con tres de sus apóstoles más cercanos, subió a un monte y allí ocurrió el evento que conocemos como la Transfiguración del Señor. Al final, escuchamos como el Maestro advierte a los discípulos que no debían contar absolutamente nada hasta después de su pasión, muerte y resurrección.

Estos dos particulares que acabo de resaltar, es decir, la subida al monte y la pasión del Jesús, pueden llevarnos a reflexionar sobre cómo nosotros vemos el sacrificio en nuestra vida.

Hay una anécdota que contaba que una persona, cuando se sentaba a desayunar en las mañanas, veía a través de la ventana la ropa de su vecino colgada y siempre la veía manchada. Eso se repitió hasta que un día decidió limpiar los cristales de la ventana y, entonces, desaparecieron las manchas de la ropa. Esta anécdota suele ser citada para invitar a la reflexión sobre las categorías que usamos para leer la realidad que nos circunda.

Por lo que refiere específicamente al sacrificio, la cultura moderna la percibe cosa absolutamente nociva en la vida de las personas. Si asumimos ese mismo criterio, sin duda alguna, la veremos como algo negativo y perjudicial. El sacrificio no siempre es algo negativo en nuestra vida.

Todas las cosas que son realmente valiosas requieren un esfuerzo y sacrificio por parte de nosotros. Hay un dicho: en el único lugar donde éxito viene antes que sacrificio es en el diccionario. El sacrificio fortalece nuestra voluntad, nos ayuda a purificar nuestras intenciones y aumenta el amor hacia las personas que queremos.

En el pasaje del Evangelio de hoy, el esfuerzo por subir el monte y el que el Señor haga entender a sus discípulos que para llegar a la gloria es necesario pasar por momentos difíciles y adversos, debe hacernos entender que forma parte de nuestra fe aceptar el sacrificio como un elemento esencial de nuestra vida. Y eso tiene que ver en el trato con el Señor y en el trato con nuestros hermanos.

El trato con el Señor exige un sacrificio de parte nuestra de renunciar a las tentaciones de intentar “aprovechar el tiempo” en otras cosas “más importantes”. De igual manera, en el trato con el prójimo, implica renunciar al egoísmo para dar parte de nosotros a los demás. Solo de esta manera nosotros podremos conocer la felicidad infinita a la que Dios nos llama.

En este tiempo de Cuaresma, la Iglesia nos invita al ayuno y a otras prácticas de penitencia. Ciertamente tienen carácter de expiar nuestros pecados, pero también para fortalecer nuestra voluntad, purificar nuestras intenciones y aumentar el amor a Dios y al prójimo.

Dios nos bendiga hoy y siempre.

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