No puede hacerlo por ti

 Hoy nos unimos a toda la Iglesia en la Solemnidad de Pentecostés. Como escuchamos en la primera lectura de Nuestra Santa Misa, cincuenta días después de la Resurrección -la Pascua- descendió visiblemente el Espíritu Santo sobre el Colegio de los Apóstoles.

Dios Espíritu Santo, la promesa del Padre, el Abogado, el que intercede por nosotros con gemidos inenarrables, es el alma de la Iglesia: es lo que da vida a la Comunidad de creyentes.

El Santo Espíritu de Dios no solo anima a la Iglesia sino que también anima la vida de todo discípulo de Cristo. Efectivamente, el Espíritu Santo comienza a habitar en nuestra alma desde el momento del bautismo y su plenitud lo recibimos en el Sacramento de la Confirmación. Él nos concede sus 7 dones para sugerirnos lo mejor para nuestra vida cristiana.

Las circunstancias de la vida de la Iglesia y de la vida de cada creyente están en un continuo cambio. El mundo, el demonio y la carne encuentran nueva formas de apartar el corazón de los creyentes de Cristo Jesús. La Iglesia y cada creyente debe reinventarse para sortear los escollos y dar la mejor respuesta a esas circunstancias.

Según la promesa de Jesucristo, no estamos solos. Tenemos la presencia y compañía constante de Espíritu Santo. El nos concede la gracia y nos sugiere con sus dones los más conveniente en cada momento de nuestra vida. Como también pasa en nuestra vida ordinaria, nuestros amigos y nuestros maestros pueden indicarnos cómo actuar pero no pueden hacerlo en nuestro lugar.

La presencia y ayuda del Espíritu Santo no nos va faltar nunca. El único obstáculo que existe entre lo que nos indica el Espíritu Santo y la puesta en práctica de nuestra voluntad. Sus dones nos hacen saber lo mejor para nosotros y supone una gran ayuda, pero sin nuestra voluntad es imposible la acción del Espíritu Santo en nuestra vida.

Como escuchamos en las lecturas de nuestra Misa de hoy, el Santo Espíritu de Dios puede hacer que los Apóstoles pierdan el miedo, pero no puede dar testimonio en su lugar. El Santo Espíritu de Dios puede movernos a llamar a Jesucristo "el Señor", pero no puede hacerlo por nosotros.

Piensa esto y recuérdalo siempre: el único obstáculo que existe para que el Espíritu Santo obre maravillas en la Iglesia y en nuestra vida es nuestra voluntad. No pongamos al Paráclito en una "caja fuerte" para que no actúe, sino en el corazón para que haga cosas grandes.

Que el Santo Espíritu guíe nuestros pasos hoy y siempre.

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