La fe y la vida

 Desde hace muchos años, la Iglesia viene alertando sobre un peligro que se cierne sobre Ella. Ese peligro lo llaman “divorcio entre la fe y la vida”. Este peligro tiene una doble manifestación.

La primera manifestación de este divorcio es el no cumplir la Voluntad de Dios con el pretexto de que cada quien puede interpretarlo a “su manera”. Esto es muy grave, porque bien sabemos que la fe, si no se vive, es muerta, y si no se lleva a la práctica es engañarse, porque a Dios no se le puede engañar. Este llamado de atención lo hace la pluma incisiva de Santiago: “Acepten dócilmente la palabra que ha sido sembrada en ustedes y es capaz de salvarlos. Pongan en práctica esa palabra y no se limiten a escucharla, engañándose a ustedes mismos” (Stgo 1, 22). El Catecismo de la Iglesia Católica nos enseña que este divorcio es causa de que muchos no crean en el mensaje de Cristo.

La segunda manifestación de este divorcio es la introducción y sustitución de la verdadera fe por otras prácticas que no tienen nada que ver con la verdadera fe y voluntad de Dios. Este último reclamo lo hace Nuestro Señor en el pasaje del Evangelio de hoy: “¡Qué bien profetizó Isaías sobre ustedes, hipócritas, cuando escribió: Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. Es inútil el culto que me rinden, porque enseñan doctrinas que no son sino preceptos humanos! Ustedes dejan a un lado el mandamiento de Dios, para aferrarse a las tradiciones de los hombres” (Mc 7, 6 -8). Hoy por hoy, muchos fieles cristianos son especialistas en esto. Hoy, muchos usan amuletos o se aferran a costumbres que no tienen razón de ser, pero... ¡se olvidan de cumplir los mandamientos de Jesús! ¡Se olvidan de Jesús en su día, el domingo! ¡Se olvidan de orar, alabar y bendecir a Dios! Y así lo enseñan a los hombres.

El punto fundamental es saber qué tenemos en el corazón. Si tenemos a Jesús, como el buen árbol, daremos frutos buenos, pero, si tenemos el corazón henchido del mal entonces nuestras obras nos delatarán: “lo que sí lo mancha es lo que sale de dentro; porque del corazón del hombre salen las intenciones malas, las fornicaciones, los robos, los homicidios, los adulterios, las codicias, las injusticias, los fraudes, el desenfreno, las envidias, la difamación, el orgullo y la frivolidad. Todas estas maldades salen de dentro y manchan al hombre” (Mc 7, 15. 20 - 23).

Purifiquemos el corazón y evitemos a toda costa el divorcio entre la fe y la vida. Medita el salmo 14 y esperemos ser gratos a los ojos del Señor:

 

Señor, ¿quién puede hospedarse en tu tienda?

El que procede honradamente

y practica la justicia,

el que tiene intenciones leales

y no calumnia con su lengua.

El que no hace mal a su prójimo

ni difama al vecino,

el que considera despreciable al impío

y honra a los que temen al Señor.

El que no presta dinero a usura

ni acepta soborno contra el inocente.

El que así obra nunca fallará.

 

Que Dios te bendiga.

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