El pan que da la vida (Jn 6, 48)
Las lecturas de hoy nos presentan la figura del pan como alimento para continuar el camino y como alimento que da la vida eterna.
En la primera lectura (1Re 19, 4-8) ante el clamor de Elías por el agotamiento en su travesía por el desierto, el Señor Dios le ofrece pan y agua como alimento para recobrar las fuerzas y continuar el camino.
En el Evangelio, escuchamos parte del llamado discurso eucarístico. El Señor se sirve de dos expresiones, ambas vinculadas con la vida eterna. La primera, es creer en Él: Yo les aseguro: el que cree en mí, tiene vida eterna. La segunda, es la imagen del pan: Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo les voy a dar es mi carne para que el mundo tenga vida.
El punto de partida, necesario por demás, es la fe en Cristo Jesús. Reconocer a Cristo como Dios y Salvador, aceptar la salvación que nos propone, es lo que da sentido a todo. De hecho, sin esa fe en Cristo Jesús la Eucaristía no tendría sentido: no tendría ningún tipo de valor si está Jesús o no, así como no tendría ningún tipo de valor el culto eucarístico o la misma comunión eucarística.
La vida cotidiana del creyente produce cansancio en el alma por la rutina, las decepciones, los fracasos, las desilusiones, e incluso las condiciones atmosféricas. Todas esas cosas ponen un gran peso en el alma y suponen un desgaste. Si estamos unidos a Cristo encontraremos fuerzas para seguir adelante, y para saber sobreponernos ante la adversidad. Y nos unimos a Cristo Jesús no solo en la aceptación sino con la oración, con la Palabra y de manera excelsa, en la comunión eucarística.
Esa unión con Cristo, el pan vivo que ha bajado del cielo, es lo que nos granjeará la vida eterna. Cada cosa que hagamos tendrá valor de eternidad: toda buena acción valdrá el Paraíso. Sin Cristo, eso no sería posible.
Que Cristo, el Pan de Vida eterna, te bendiga hoy y siempre.
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