No todo está bajo nuestro control

 Una de las grandes mentiras que ofrecen algunos “gurú” y con frecuencia se ve en las redes sociales, es hacer creer a las personas que ellos tienen el control de todas las cosas que ocurren. Y la experiencia se encarga de convencernos de lo contrario.

Ciertamente, Dios nos hizo libres y con unas facultades para que pudiéramos ejercer el dominio sobre las cosas. Inteligencia para comprender la realidad, voluntad para llevar a cabo nuestras intenciones. Ahora bien, no todo depende de nosotros.

La vida nos enseña que hay variables que no están bajo nuestro dominio y que, inevitablemente, influyen en nosotros. Unas veces, el impacto es pequeño; otras veces, el impacto es mayúsculo. Especialmente éstas últimas producen un gran efecto en nuestro ánimo. Eso lo suelen llamar “la experiencia del fracaso”. Y cuando nos afectan personalmente, es decir, nuestra existencia vital suele denominarse “tribulación”.

Son los momentos de tribulación los que nos dan la convicción de que las cosas nos superan y hacen nacer el temor. Como los discípulos en la barca. Y sentir temor no es malo porque es una respuesta natural en el ser humano.

Ante la tribulación y el temor, las personas pueden tomar decisiones diferentes. Pueden intentar ahogarlo con el alcohol o las drogas, o tratar de esconderlos mediante técnicas psicológicas o realizando otras actividades como ir de fiesta o entrando en el mundo del esoterismo. Otros son valientes y deciden enfrentar la adversidad con la fe puesta en el Señor. Y eso fue lo que hicieron los discípulos.

Los discípulos tienen miedo porque se dan cuenta que no pueden, pero Él abre sus corazones a la valentía de la fe. Ante el hombre que grita: «No puedo más», el Señor sale su encuentro, le ofrece la roca de su amor, al cual cada uno puede aferrarse seguro de que no caerá.

La fe no hace desaparecer los peligros y adversidades. La fe concede al fiel la fortaleza de espíritu y la serenidad para seguir adelante. Así lo decimos en el Salmo 23, 4: “Aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, porque Tú vas conmigo. Tu vara y tu cayado me dan serenidad”.

Si el Señor del cielo y de la tierra quiere intervenir en nuestro favor, sabremos agradecérselo. Y si no lo hace, tendremos la certeza absoluta que vendrá un bien mayor para nosotros, en esta vida o en la otra.

Cuando sientas que ya no puedes más, recuerda las palabras de Jesús: “¿Por qué tienes miedo? ¿Acaso no tienes fe?” (Mc 4, 40). ¡Que Dios nos bendiga!

Comentarios

Entradas populares de este blog

“Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu” (Lc 23, 46)

¿Qué nos enseña el pasaje de la resurrección de Lázaro?

La segunda venida del Señor y el fin del mundo