Sacúdete lo que digan los demás


Todos los seres humanos tenemos un deseo, mayor o menor, de ser perfectos y de aparecer así a los demás. En ese particular, hay algunos que son más perfeccionistas que otros. Hay casi un denominador común: a nadie le gusta que otras personas hablen mal injustamente de sí mismo.

Los que han decidido seguir a Cristo Jesús tienen el propósito serio de hacer las cosas bien. Quieren agradar a Jesús con la propia vida y quieren hacer lo mejor posible todo. Se toman en serio el papel de ser ejemplo y testimonio ante todos, creyentes o no, del seguimiento a Cristo.

Sin embargo, hay algo para lo cual no está nadie preparado. Es inevitable que otras personas hablen de nosotros. Por múltiples razones.

  • Hay personas que tienen un placer morboso de arruinar la felicidad y la buena fama de otros.
  • Hay personas que destrozan la buena fama de los demás, solo para ellos quedar bien o infundir miedo en la población.
  • Hay personas que el buen ejemplo de otros les resulta un reproche, y para acabar con esa situación incómoda, destrozan la buena fama de otros.
  • Hay personas que no soportan que les digan la verdad o que los corrijan. Entonces, comienzan a denigrar de los demás como la única medida de tolerar su miseria.
  • Otros simplemente son políticos y han hecho de ese oficio la cosa más asquerosa, y su “misión” es destrozar la buena fama de otros.

El profeta Jeremías, en la primera lectura de la Santa Misa de hoy, eleva una oración al Señor donde le manifiesta que siente que hablan mal de él, que planean su muerte, que hay personas que le siguen no por ser profeta del Dios Altísimo, sino porque quieren vigilar sus pasos para ver en qué pueden denigrarlo. En esa misma oración, el profeta renueva su confianza en el Señor y sabe que con Él a su lado sabrá superar las escaramuzas que le pongan sus enemigos.

En el Evangelio de hoy, Nuestro Señor Jesucristo nos invita no solo a tener esa confianza ilimitada en el Señor, sino que además nos da el argumento: ellos no pueden acabar con el alma, podrán tal vez herirte o hacerte daño físicamente, pero no podrán librarte de la dicha de la felicidad eterna a la que estamos llamados.

Todo está en las manos del Señor. En su providencia, Él prevé el bien para todos aunque en el momento presente no podamos percibirlo así. Así que hemos de renovar la confianza en Él.

Finalmente, lo que puedan decir los demás no debe ser jamás un obstáculo para dar testimonio. Al contrario, es cuando debemos armarnos más de valor. El Señor Jesús nos recuerda que si nosotros, por cobardía, renegamos el Él, también Cristo nos negará ante el Padre. Si somos fieles, tendremos el mejor abogado ante el Padre: Jesús el Señor.

Comentarios

Entradas populares de este blog

“Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu” (Lc 23, 46)

¿Qué nos enseña el pasaje de la resurrección de Lázaro?

La segunda venida del Señor y el fin del mundo