Pedir e interceder con confianza y humildad
La
oración nuestra puede tener múltiples objetos: alabar, dar gracias, pedir
perdón… pero sin duda, la inmensa mayoría de las ocasiones en las que nos
dirigimos a Dios es pidiendo algo o por alguien. Cuando se pide por alguien o
por alguna situación, ese modo de orar se llama “oración de intercesión”.
Pedir
por los otros ha sido siempre una de las fuentes de la espiritualidad del
cristiano. De hecho, el mismo sacrificio de Cristo en la cruz, es un sacrificio
de intercesión: dio su vida por nosotros. En el Padre Nuestro, oración que
escuchamos en labios del Señor este domingo, es también una oración de
intercesión: cada quien intercede por los demás que rezan esa misma oración,
pidiendo que nos dé el pan de cada día, perdone nuestros pecados y nos libre de
la tentación.
Otro
modelo de oración es la de petición: nos dirigimos al Señor pidiendo algo a
favor propio. Y quede claro que no es egoísmo, sino que es la actitud más
normal que tiene un hijo con su padre.
Sea
uno u otro modelo de oración, hay dos requisitos, de entre los tantos que
podríamos mencionar. Hoy las lecturas nos muestran dos: confianza y humildad.
La
confianza es la actitud del cristiano que espera que Dios le conceda lo que
pide, a favor de otro o a favor propio. No es altanería, no es soberbia, es
sencillamente la actitud de seguridad que tiene un niño que busca refugio en su
madre o en su padre. Esa es la confianza de la que debe hacer gala un
cristiano.
Sin
estar reñida con la confianza, el otro requisito es la humildad. Santa Teresa
de Jesús la definía como “la verdad”. Ante algo que va más allá de nuestras
fuerzas físicas o morales, acudimos a Quien puede ayudarnos, acompañado con la
convicción de Él es quien todo lo puede y sin Él no podemos nada. Esa actitud
la refleja muy bien el diálogo confiado y humilde de Abrahán, quien sabiendo
que estaba su sobrino en Sodoma, se dirige a Dios intercediendo por toda
aquella ciudad.
Estas
mismas actitudes debemos tenerlas siempre en nuestra oración. Humildad y
confianza. Estas dos actitudes se reflejan también en la constancia en el orar.
Acordarse de Dios solo cuando se necesita no es síntoma de humildad, sino de
interés. Así pues, a ser constantes, humildes y confiados.
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