El Espíritu Santo nos enseña y nos guía


Es inevitable que surjan diferencias entre los hombres. Y es inevitable porque todos somos distintos, tenemos biografías distintas, porque tenemos emociones diversas e intereses divergentes.
     No deberíamos convertir las diferencias en una razón para dividirnos o para imponerlas a la fuerza. Al contrario, las diferencias deben ser el punto de partida para reconocer que no somos iguales, y a partir de esa diversidad encontrar la verdad que no solo nos une, sino la verdad que puede y debe transformar nuestra vida.
     Jesús es la verdad (Jn 14,6). Su vida, sus palabras –su mensaje– son guía segura para nuestra vida. Es cierto que ante la Palabra del Señor existen diversas actitudes: desde el rechazo, la ignorancia, pasando por aceptar lo que me es cómodo hasta llegar a la aceptación completa. ¿Cómo evitar no caer en el error o en la mentira?
     La respuesta es sencilla: dejarnos guiar por el Espíritu Santo. Ya escuchamos, en el evangelio de la Misa, lo que nos dice Jesús: “Os he hablado de esto ahora que estoy a vuestro lado, pero el Defensor, el Espíritu Santo, que enviará el Padre en mi nombre, será quien os lo enseñe todo y os vaya recordando todo lo que os he dicho” (Jn 14, 25-26) La vida cristiana no es posible sin Él.
     Las primeras comunidades cristianas vivían en paz, pero no demoró en aparecer la primera divergencia: los que provienen del paganismo, ¿deben hacerse judíos para luego ser cristianos? Hoy la respuesta nos parece sencilla, pero en ese entonces no era tan clara. ¿Cómo resolvieron este dilema? Se reunieron para tratar el tema, dejándose guiar por el Espíritu Santo. Cada uno expuso su parecer, y dejando de lado cualquier tipo de animosidad o emoción, se prestaron a escuchar. Se dejaron guiar por el Espíritu de Dios. Y llegaron a la verdad que los libera: No es necesario hacerse judío para ser cristiano.
     Este modo de actuar debe ser un modelo para el trato entre nosotros. Hoy, lamentablemente, las discusiones no se plantean como búsqueda de la verdad sino como la imposición de una idea a cualquier costo. Se oye para contestar, no se escucha para comprender. Y eso no está bien, porque es cerrar la puerta a la verdad.
     Dejémonos guiar por el Espíritu Santo. En los momentos difíciles, invoquémoslo. Cuando no veamos claro la solución a un problema, llámalo. Y sé siempre dócil a sus inspiraciones.
     ¡Jesús nos bendiga y su Espíritu Santo nos guíe!

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