Jesús Luz y guía
Las lecturas de la Santa Misa de
este segundo domingo del tiempo ordinario, son muy ricas en imágenes. Comparto
con Uds. dos de las imágenes que encontramos.
La primera: Jesús es luz. El
evangelista Mateo (4, 12–23) cita a Isaías anunciando el cumplimiento de su
profecía. Una gran luz brillaría sobre quienes viven en las tinieblas. Esa luz
es Cristo quien decidió establecer su domicilio en Cafarnaúm, a orillas del
lago o mar de Galilea. Más allá del cumplimiento fiel de la profecía, en los
evangelios se le da a Jesús el título de “luz”, como por ejemplo, Simeón quien
le llama Luz de las naciones (Lc 2, 32) o Zacarías quien dice que nos visitará
el Sol que nace de lo alto para iluminar a los que viven en sobras de muerte
(Lc. 1, 79). Más aún, Jesús dice de Sí mismo que es la luz, y quien le siga
tendrá la luz de la vida, y nunca andará en la oscuridad (Jn 8, 12).
Dice el evangelio que esos
pueblos vieron una luz grande y de inmediato dice que el Señor Jesús a
predicar, diciendo: “Conviértanse, porque ya está cerca el Reino
de los cielos”. La luz –que es Cristo Jesús– nos aleja de la oscuridad
del mal, y del mal más grande y su consecuencia: el pecado y la condenación
eterna. Por ello, el llamado inicial a toda persona es: Conviértete, aléjate
del mal, deja tu mala vida atrás. Y para ello, acércate a Cristo, donde
encontrarás un significado nuevo en tu vida y en todas las cosas.
Es por ello que el kerigma
conlleva un llamado a la conversión. No se puede aceptar a Cristo y seguir
igual.
La segunda imagen: Jesús es guía.
El Señor Jesús dijo a Pedro, Andrés, Santiago y Juan: Sígueme. Pide el Señor a
estos pescadores que su vida tenga un distintivo: seguir a Jesús. Y eso es
distintivo de los cristianos: Seguir a Jesús.
Por eso, forma parte igualmente
del kerigma o proclamación del Evangelio aceptar a Jesús como nuestro guía,
nuestro compañero de camino, nuestro Maestro… No se entiende la vida de un
creyente sin Cristo Jesús.
Con una vida alejada del mal y
bajo la guía segura de Jesús, caminaremos en bendición y santidad. Podremos
cantar, sin faltar a la verdad, lo que recitamos en el salmo (26):
El Señor es mi luz y mi
salvación, ¿a quién voy a tenerle miedo? El Señor es la defensa de mi vida,
¿quién podrá hacerme temblar?
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