HACER NUESTRA LA SALVACIÓN DE CRISTO JESÚS
La semana pasada ya habíamos indicado el camino de la
conversión: el primer paso es el arrepentimiento y el segundo es asumir el
cambio de actitud, alejándose del mal. Las lecturas de hoy nos invitan a
considerar un hecho importante en la vida del cristiano: hacer nuestra la
salvación que Cristo nos ofrece.
San Pablo es un ejemplo elocuente de cómo hacer
nuestra la salvación. A lo largo de los Hechos de los Apóstoles y en sus cartas
va contando lo que era su vida, y de como un encuentro con Cristo le hizo cambiar
todas sus perspectivas y prioridades. En el hermoso pasaje de la Carta a los
Filipenses lo deja muy claro: Todo lo que
era valioso para mí, lo consideré sin valor a causa de Cristo.
Al cristiano le mueve una certeza: solo en Cristo
puede encontrar la salvación. Salvación que no es otra cosa que sabernos
perdonados y bendecidos por el Señor, que nos libra de la condenación eterna y
de los peligros para nuestra vida.
Para hacer nuestra la salvación hemos de aceptar
nuestro pasado, pero no dejar que eso nos condicione en nuestro presente y
nuestro futuro. San Pablo nunca olvidó que persiguió y dio muerte a cristianos,
pero no dejó que eso determinara su presente: eso sí, olvido lo que he dejado atrás, y me lanzo hacia adelante, en
busca de la meta y del trofeo al que Dios, por medio de Cristo Jesús, nos llama
desde el cielo.
También hemos de liberarnos de las lenguas del
presente y de la tortura de nuestra mente que siempre quiere cuidar nuestra
imagen. San Pablo dice que todo eso lo considera basura: Más aún pienso que nada vale la pena en comparación con el bien
supremo, que consiste en conocer a Cristo Jesús, mi Señor, por cuyo amor he
renunciado a todo, y todo lo considero como basura, con tal de ganar a Cristo y
de estar unido a él.
Para hacer nuestra la salvación hemos de aceptar el
perdón que Cristo Jesús nos ofrece, como a la mujer sorprendida en adulterio:
¿Nadie te condena? ¡Yo tampoco! Para ser salvados, hemos de abrir nuestro
corazón al perdón que el Señor nos ofrece. No hay pecado tan grande y feo que
el Señor no pueda perdonar. El amor del Señor es infinito: no conoce límites.
No le pongamos límites al perdón del Señor: abandonémonos a su misericordia.
Finalmente, para hacer nuestra esa salvación hemos de
seguir e imitar al Señor Jesús, haciéndonos uno con Él: Y todo esto, para conocer a Cristo, experimentar la fuerza de su
resurrección, compartir sus sufrimientos y asemejarme a él en su muerte, con la
esperanza de resucitar con él de entre los muertos. No quiero decir que haya
logrado ya ese ideal o que sea ya perfecto, pero me esfuerzo en conquistarlo,
porque Cristo Jesús me ha conquistado. No, hermanos, considero que todavía no
lo he logrado.
Vete y en adelante no peques más!
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