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La base fundamental de nuestra fe

Siempre es necesario, como dice aquel cantante, buscar el fondo y su razón. De lo contrario, corremos el peligro de hacer las cosas automáticamente, pero sin saber por qué las hacemos. La Navidad, la solemnidad del nacimiento de Cristo, es una oportunidad especial para que recordemos la base fundamental de nuestra fe. Muy por el contrario de lo que la mayoría de la gente piensa, la base fundamental de nuestra fe no es la de creer en un solo Dios. Lo que hace especial y única nuestra fe es el que Dios se hizo hombre y está con nosotros. Y su nombre es Jesús. Hoy la primera lectura y el Evangelio nos recuerdan este hecho fundamental. Lo grandioso y magnífico de la promesa que Dios hizo a la humanidad es que Él mismo se haría uno de nosotros. Inicialmente, el Pueblo de Israel no percibió la grandeza del mensaje de Isaías, puesto que gran parte de los nombres en esa época llevaban el sufijo –el , que significaba Dios . Así, por ejemplo, Samuel significa Dios escucha , Daniel sig

LA ADVERSIDAD NO SEA UN OBSTÁCULO

En la primera lectura de la Misa (Is 35, 1-6) escuchamos las palabras de ánimo del profeta al Pueblo de Israel que venía del exilio. El yermo –tierra seca y deshabitada– conocerá agua fresca que hará de ella un terreno florido. El Pueblo de Israel sintió mucho desánimo al encontrar al territorio de Judá e Israel abandonado, solo, descuidado. Ya no era más la tierra que mana leche y miel. La adversidad forma parte de nuestra vida. Por eso mal hacen algunas mamás y abuelas de ahorrar incomodidades a los niños, porque les privan de un elemento esencial de su experiencia como seres humanos. Su vida después estará desequilibrada. La forma como enfrentamos la adversidad será diferente según seamos hombres de fe o no. Si no somos hombres de fe, entonces, tendremos una visión fatalista de los hechos. Confiaremos solo en nuestras fuerzas y viviremos en una desilusión constante, porque cada vez que veamos un imprevisto, será un obstáculo que minará nuestro ánimo. Si somos hombres

La sobriedad de Juan Bautista

Leemos en el Evangelio que Juan Bautista “usaba una túnica de pelo de camello, ceñida con un cinturón de cuero, y se alimentaba de saltamontes y de miel silvestre”. Ciertamente, este modo de vivir es algo extremo, pero sirve para llamarnos la atención. Juan Bautista es un personaje respetado en la historia de Israel, inclusive por los mismos historiadores judíos. Su importancia no era mediática, sino basada en su testimonio de vida. La sobriedad con que vivía llamaba la atención y confirmaba sus palabras con testimonio de vida. Hasta Herodes, quien le hizo encarcelar, le tenía respeto y le escuchaba. En la vida ordinaria de cada quien, podemos estar sujetos a cientos de necesidades, unas reales, otras imaginarias. Así, una persona puede estar preocupada por conseguir algo para comer esa semana, otra puede estar preocupada porque no consigue el teléfono celular de último modelo. Una mujer puede estar angustiada porque su hijo está enfermo, mientras que otra lo está porque no ha con

A buscar lo que estaba perdido

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Las lecturas de la Santa Misa de hoy nos ofrecen una riqueza particular. Quisiera compartir con todos cuatro reflexiones que me llaman la atención particularmente: 1° El amor del Señor, en especial, hacia los más necesitados corporal o espiritualmente. Que el Señor nos ama es una vedad incontrovertible y así nos lo recuerda la primera lectura de la Misa: “Porque tú amas todo cuanto existe y no aborreces nada de lo que has hecho”. Es una verdad que olvidamos con mucha frecuencia, y que debemos meditarla, asimilarla y sentirla todos los días de nuestra vida. Ese amor, El Señor Jesús lo demuestra con mayor fuerza en los que están necesitados. La necesidad no es solo material, aunque es la más llamativa y la que más salta a nuestros ojos. Y es imperioso para el cristiano aliviar el mal de los hermanos. Pero hay un mal mayor y más pernicioso: el pecado. Todo creyente sabe que el Señor Jesús murió por nuestros pecados y que el Señor no quiere la muerte del pecador sino que se co

¡Gracias!

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De ordinario, cuando nos piden un favor y lo hacemos, esperamos escuchar un “gracias”. De no ocurrir, nuestro ánimo se exalta, en otras palabras, nos da rabia el que no nos hayan dado las “gracias”. De hecho, hay un refrán que dice: “es de hijos bien nacidos ser agradecidos”. En la primera lectura se alaba la actitud de Naamán que, aún no perteneciendo al Pueblo de Israel, se muestra agradecido ante el favor que recibió de Yahveh. En el Evangelio, en cambio, el Señor repudia el que, de diez que recibieron un favor de Él, sólo uno (que pertenecía a un pueblo que se había separado de Israel) se acercó para agradecerle la curación de la lepra. Una de las razones podría ser el que estaban “acostumbrados”: veían al Señor caminando, predicando y haciendo milagros. Esperaban que hicieran lo mismo con ellos. Una vez recibido el favor, se consideraron satisfechos. No estimaron necesario el agradecer a Jesús el que les haya curado la lepra. Este defecto ocurre con frecuencia con nosotros.

Auméntanos la fe (Lc 17, 5)

La primera lectura del libro de Habacuc (1,2-3; 2,2-4) que escuchamos en nuestra Santa Misa de hoy, tiene lugar en un momento muy particular de la historia de Judá: Había una gran confrontación entre los Imperios de entonces (Caldeo y Babilonio) y había una seria amenaza contra el Reino de Israel (el Reino del Norte). Judá veía amenazada su propia integridad. Los judíos habían perdido la confianza y veían como triunfaba el mal, pero al mismo tiempo, no reconocían que ellos habían sido los autores puesto que habían apartado su corazón, su mente y su vida de la Voluntad de Dios. Los judíos claman al Señor por el mal que ven a su alrededor. La respuesta del Señor es elocuente: “Escribe la visión que te he manifestado, ponla clara en tablillas para que se pueda leer de corrido. Es todavía una visión de algo lejano, pero que viene corriendo y no fallará; si se tarda, espéralo, pues llegará sin falta. El malvado sucumbirá sin remedio; el justo, en cambio, vivirá por su fe ”. Será muy

La fe es...

Domingo 19 del tiempo ordinario Hoy, la segunda lectura de la Misa de hoy, es un canto en prosa de lo que es la fe: La fe es la forma de poseer, ya desde ahora, lo que se espera y de conocer las realidades que no se ven . En el modo de hablar ordinario de las personas, “fe” es como una especie de confianza ciega en algo. De hecho, a una persona que le recomiendan un bebedizo o un “guarapo”, normalmente acompaña la frase: “bébetelo con fe”. Pero eso, no es fe en el sentido bíblico. La fe es poseer ya lo que se añora. Y no nos referimos a los bienes materiales. No. De hecho, en el evangelio de hoy, el Señor hace esa seria advertencia: Consíganse unas bolsas que no se destruyan y acumulen en el cielo un tesoro que no se acaba, allá donde no llega el ladrón, ni carcome la polilla. Porque donde está su tesoro, ahí estará su corazón . El creyente no pone su esperanza en las cosas materiales, porque son pasajeras, son contingentes, porque ellas no nos dan la salvación. Ci

El Señor es mi pastor, nada me falta (Sal 23, 1)

Esta frase es el inicio de uno de los salmos más conocidos en el cristianismo; y también lo hemos escuchado en el salmo responsorial de nuestra Santa Misa de hoy. Hoy es la Solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús, quien es el titular de nuestra parroquia. Y hoy nos hemos reunido para cantar y bendecir el nombre del Señor Jesucristo. Las lecturas de la Santa Misa de hoy nos presentan la figura del pastor, imagen muy familiar en la sociedad agrícola y pecuaria que era el Pueblo de Israel entonces. Junto con la figura del pastor, se presenta igualmente la figura de las ovejas. Nos vamos a detener en una reflexión para comprender mejor estas lecturas. Como hijos de un pueblo nómada, la mayor riqueza que podría tener una familia era el ganado. El que mayor provecho le generaba era el de las ovejas, porque no solo le proporcionaba leche y queso, sino también lana y carne. Aún cuando dejaron de ser un pueblo nómada cuando se establecieron en el territorio de Israel, el tener