El Señor es mi pastor, nada me falta (Sal 23, 1)



Esta frase es el inicio de uno de los salmos más conocidos en el cristianismo; y también lo hemos escuchado en el salmo responsorial de nuestra Santa Misa de hoy.
Hoy es la Solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús, quien es el titular de nuestra parroquia. Y hoy nos hemos reunido para cantar y bendecir el nombre del Señor Jesucristo.
Las lecturas de la Santa Misa de hoy nos presentan la figura del pastor, imagen muy familiar en la sociedad agrícola y pecuaria que era el Pueblo de Israel entonces. Junto con la figura del pastor, se presenta igualmente la figura de las ovejas. Nos vamos a detener en una reflexión para comprender mejor estas lecturas.
Como hijos de un pueblo nómada, la mayor riqueza que podría tener una familia era el ganado. El que mayor provecho le generaba era el de las ovejas, porque no solo le proporcionaba leche y queso, sino también lana y carne. Aún cuando dejaron de ser un pueblo nómada cuando se establecieron en el territorio de Israel, el tener un rebaño de ovejas se convirtió en una manera de cuidar el futuro.
Cuidar del rebaño se convirtió en un oficio de mayor importancia. Por eso, la figura del pastor era perfectamente comprendida. El pastor –más si era el dueño de las ovejas– tenía un particular cuidado con las ovejas. Era cuidar un preciado tesoro.
Un pasaje que nos ayuda a ilustrar la importancia que daba el pueblo de Israel al cuidado de las ovejas lo encontramos en el rey David. David era escudero del rey Saúl, y aún estando en guerra contra los filisteos, David iba con frecuencia a Belén a cuidar los rebaños de su padre (1Sam 17, 15). En una de esas tantas idas y venidas, Jesé le pide a David que lleve unas provisiones a sus hijos que estaban en la guerra con los filisteos. Cuando finalmente llega a sus hermanos, ve el espectáculo de Goliat y hace un reclamo a los soldados sobre si no hay alguno que se enfrente a ese gigante. Su hermano mayor, al saberlo, regaña a David y le reclama que ha dejado solo al rebaño de su papá (1Sam 17, 28). La preocupación de su hermano era que había dejado solo el tesoro de la familia.
Más adelante hay un pasaje donde David narra un par de episodios que hablan de la dedicación del pastor. Cuando David está ante el rey Saúl y se ofrece a pelear contra Goliat, narra unos hechos que ocurrieron cuando cuidaba de las ovejas de su padre:
David dijo a Saúl: “Cuando estaba guardando el rebaño de mi padre y aparecía un león o un oso para llevarse una oveja del rebaño, yo lo perseguía y lo golpeaba y le quitaba la presa del hocico. Y si se volvía contra mí, lo tomaba de la quijada y lo golpeaba hasta matarlo. Yo he matado leones y osos; lo mismo haré con ese filisteo que ha insultado a los ejércitos del Dios vivo.” ¡Así como tu servidor ha vencido al león y al oso, lo mismo hará con ese filisteo que ha insultado las tropas del Dios vivo!” (1Sa 17, 34-36)
Tal era la dedicación del pastor que se enfrentaba a bestias salvajes para defender el rebaño.
Teniendo presente esto, ahora es fácil entender que el Señor hubiese elegido la figura del pastor para referirse a su relación con el pueblo de Israel. Así lo escuchamos en la primera lectura de la Misa de hoy: Yo mismo iré a buscar a mis ovejas y velaré por ellas. Así como un pastor vela por su rebaño cuando las ovejas se encuentran dispersas, así velaré yo por mis ovejas e iré por ellas a todos los lugares por donde se dispersaron un día de niebla y de oscuridad. (Ez 34, 12)
Por lo preciado que eran las ovejas para los israelitas, el Señor Jesús se sirvió de la imagen del empeño del pastor con las ovejas para hablarnos de la misericordia de Dios con los hombres. El empeño del pastor por encontrar la oveja perdida justifica plenamente su alegría: el pastor ama a cada ovejita. Se entiende ahora la alegría del pastor: ¡No perdió ni una sola ovejita! Y comparte esa alegría con los demás amigos. La misma alegría que siente un pastor de haber logrado que no se perdiera una ovejita, la siente Dios cuando un alma, atendiendo a los llamados y cuidados del Señor, no se pierde sino que vuelve al rebaño de los que buscan al Señor en espíritu y en verdad.
Tampoco resulta extraño, sabiendo la dedicación del pastor por las ovejas, que el pueblo de Israel se sirviera de la imagen de la ovejita para ilustrar la espiritualidad del creyente. Así el salmista se reconoce como una ovejita y llama al Señor su Pastor. Ilustra esa imagen ya no desde la perspectiva de Dios, sino de cómo se siente amado por Dios que le ayuda a reparar las fuerzas. Tal es la confianza en el cuidado del Señor que: así, aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, porque tú estás conmigo. Tu vara y tu cayado me dan seguridad (Sal 23, 4)
La advocación del Sagrado Corazón de Jesús, quien es el titular de esta parroquia, nos recuerda el amor sin límites que Jesús tiene por los hombres y mujeres, por quienes entregó su sangre en la cruz para la salvación de todos.
Hoy hay una figura nueva sobre cómo contemplar ese amor que Jesús tiene por nosotros. Él es el buen pastor que da la vida por sus ovejas (Jn 10, 11) De igual manera, en la experiencia de cada uno de sentirse amado por Dios, hay una figura que nos ayuda a ilustrarla: la de la ovejita. El Señor nos cuida y nos protege. No seamos ariscos, sino dejémonos guiar por el Buen Pastor.

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