Los resentimientos
Uno de los grandes obstáculos que debe
enfrentar cada ser humano, a lo largo de su vida, son los resentimientos. Éstos
son básicamente, cualquier sentimiento dañino: llámese odio, rencor, envidia,
venganza, soberbia, lujuria, codicia, avaricia, gula, celos… A veces llegan a
ser tan fuertes que toman el control de nuestra vida.
En la primera lectura (Sab 2, 12. 17-20)
se narra la intensión de los malvados de acabar la vida del justo. Esos
personajes se dejan llevar por sentimientos nada nobles, y toman el control de
sus vidas, llegando al punto de decidir la muerte de un justo sólo porque su
conducta les resulta un reclamo para su mala conducta. De igual manera,
Santiago (Stgo 3, 16—4, 3) denuncia que las personas que dejan que
sus corazones se muevan por los resentimientos son los autores de las
divisiones y otros delitos en medio de la comunidad de creyentes. El cristiano
debe liberarse de esos sentimientos malucos.
En el Evangelio (Mc 9, 30-37) Jesús les
hace una pregunta porque sabía que estaban discutiendo sobre quién era el más
importante. Ante el silencio, el Señor Jesús les da dos indicaciones: una, que
en la comunidad de creyentes (la Iglesia) la jerarquía la da el servicio: será
mayor quien más sirve. Dos, la actitud del seguidor de Cristo Jesús ha de ser
similar a la de un niño que no deja que los resentimientos aniden en su
corazón.
Es una misión de todo cristiano pedir al
Señor y al Santo Espíritu que libere nuestro corazón de cualquier atadura de
resentimientos. El perdón debe ser la herramienta fundamental del creyente en
modo tal que siempre tengamos un corazón libre para amar a Dios y a los
hermanos. De igual manera, pidamos al Espíritu Santo que san cualquier herida
que hayan dejado esos sentimientos malos en nuestra vida.
Comentarios
Publicar un comentario