La ceguera del corazón
Sin duda, sabemos que la ceguera es la
incapacidad o imposibilidad para ver, es decir, de percibir figuras y los
colores. En la Sagrada Escritura, en diversas ocasiones, se refiere a la
ceguera del corazón entendida ésta como la actitud de la persona que, llevada
por sus convicciones, prejuicios, soberbia u orgullo, es incapaz de percibir la
realidad.
En la primera lectura de la Misa de
hoy (1Sam 16, 1.6-7) escuchamos una máxima válida para todos los tiempos: “Yo
no juzgo como juzga el hombre. El hombre se fija en las apariencias, pero el
Señor se fija en los corazones”. También Santiago hace una llamada de atención
en este particular (Sant 2, 1-4). Cada quien debe evitar juzgar por las
apariencias y etiquetar a las personas, porque eso es actuar según criterios
humanos y no según lo que el Señor nos enseña.
En el Evangelio de hoy, la actitud de
los fariseos es la muestra perfecta de que una cosa es la ceguera física y otra
la espiritual. El ciego de la piscina de Siloé estaba físicamente ciego pero el
Señor lo sanó (Jn 9,7). Este ciego se encontró con los fariseos quienes le
interrogan y no aceptan el testimonio del ciego basado en sus prejuicios y en
su orgullo. Llegan a tildar al Señor de pecador (Jn 9,24). No quieren reconocer
en el Señor al Mesías prometido.
En otras ocasiones, Jesús había
llamado a los fariseos “ciegos” (Mt 15,14; 23,16-17.19.24.26) Su ceguera no es
física. Es del corazón. Esa ceguera llena de prejuicios, de soberbia les impide
reconocer que Jesús quiere que cambie. Y así, cierran el corazón a un encuentro
con Cristo, que les transforme la vida y les haga conocer la luz de la verdad
que los libera.
Hoy es una ocasión para que oremos la
Señor para que cure nuestra ceguera, que quite de nuestra vida lo que nos
impide reconocerlo, escucharlo. Que nos permita conocer es qué quiere que
cambiemos. ¡Que podamos conocer la verdad que nos hace libres!
¡Señor, que vea! (Mc 10,51)
¡Jesús nos bendiga
Gracias P. Antonio
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