Despojarnos de nuestros prejuicios
A Jesús le importan todas las almas. La de
cada uno. Y Él siempre está dispuesto a tener un encuentro con todos, con cada
uno.
Normalmente, el primer gran obstáculo para
tener un encuentro liberador y sanador con Jesús, es cada uno. Y no es extraño
que sea así.
Llevados por un extraño ideal de
perfeccionismo, los seres humanos nos convertimos en críticos implacables de
los demás y jueces misericordiosos con uno mismo. Rechazamos admitir nuestros
defectos y buscamos cualquier tipo de excusas para justificarlos. En ese
ejercicio de buscar excusas, vamos elaborando nuestros propios prejuicios.
Un prejuicio es la opinión previa y tenaz, por
lo general desfavorable, acerca de algo que se conoce mal. Muchos de los que no
quieren acercarse a Jesús lo hacen por prejuicios. Como la Samaritana: 1) Tú
eres judío y yo soy samaritana. 2) No tienes con qué sacar agua y el pozo es
profundo. 3) Nosotros adoramos a Dios en este monte y ustedes dicen que es en
Jerusalén. 4) Cuando venga el Mesías nos lo explicará todo.
Una serie de prejuicios bloqueaban la
posibilidad de encontrar la liberación y sanación interior. Y hoy muchos
hermanos tienen el corazón lleno de prejuicios que les impiden encontrarse con
Jesús. Piensan, por ejemplo: 1) Si me acerco a Jesús no voy a ser feliz. 2) Si
me acerco a Jesús voy a estar más aburrido que una ostra. 3) Si me acerco a
Jesús no voy a poder “vivir mi vida”. 4) No tengo que acercarme a la Iglesia
para obtener el perdón de mis pecados. 5) Todos los que van a la Iglesia son
unos hipócritas.
Los prejuicios nos hacer vivir esclavos de
ellos. No somos libres. Sólo un encuentro sincero con Jesús puede liberarnos,
porque conoceremos la verdad que nos hará libres (Jn 8,32). La Samaritana dejó
vencer sus propios prejuicios y consiguió la liberación y sanación interior.
Hoy tenemos la invitación de Jesús y de su
Iglesia de liberarnos de nuestros prejuicios, de ayudar a los otros hermanos a
liberarse de sus propios prejuicios, para poder acercarnos plenamente al Señor
Jesús, liberar nuestro corazón, sanar todas las heridas que haya dejado el mal, encontrar la plenitud de los anhelos, ser
feliz.
Acepta la invitación de Jesús y anuncia a los
demás hermanos lo que el Señor ha hecho contigo.
¡Jesús te bendiga!
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