Jesús, la mano en la adversidad

Algunos clásicos echadores de broma tienen una frase cínica que dice: “Si quieres una mano amiga, la encontrarás al final de tu brazo”. Esos “nuevos filósofos” quieren decir que nunca podrás confiar en nadie. Esos “nuevos filósofos” olvidan que hay un amigo que jamás falla: Jesús.


Es precisamente en la adversidad donde cada quien nota que no es tan fuerte y capaz como se imaginaba, se percata que hay cosas que están fuera de su control y que dependen más de los demás; es en ese momento cuando cada quien se percata que si hubiese actuado de otra manera, tal vez hoy los resultados hubiesen sido diferentes. En la adversidad cada quien se da cuenta de sus limitaciones. Y es en la adversidad donde frecuentemente se levanta la mirada al cielo para buscar la ayuda divina.

Si hay algo que todo cristiano debe tener claro es que debemos orar siempre, sin desfallecer (Lc 18,1). Ese contacto permanente con el Señor no se traduce en llevar una vida en monasterio, sino en saber que estamos en presencia de Dios siempre y dediquemos un momento en medio de nuestra jornada para hablar con Jesús.

Es importante que valoremos el momento de oración diario. Sin él corremos un grandísimo peligro: quitar toda referencia a Jesús en nuestra vida. Sin Jesús en nuestra vida desaparece el valor eterno de nuestras acciones y se convierte en valor material. Sin Jesús, el éxito de una acción se traduce en valor comercial y no en un valor sobrenatural. Se piensa en “parecer más” y no en “ser más”. Sin Jesús, la vida se torna pesimista.

Jesús tenía una vida súper activa: ya lo escuchamos en el Evangelio. No obstante, Jesús sacaba tiempo para orar. Sin el trato confiado en la oración existe el peligro de hacer las cosas con vacío en el corazón, sin encontrar sentido a lo que hacemos.

Jesús da sentido a todo lo que hacemos. Él está con nosotros siempre: en los momentos malos y en los buenos. Podemos contar con Él en todo momento, podemos recurrir a Él en cualquier circunstancia de nuestra vida. El es nuestro amigo en la adversidad y nuestra compañía en la prosperidad.

No lo olvides: encuentra un momento para orar. El tiempo lo decides tú, pero que sea todos los días.
¡Dios te bendiga!

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