La Vocación principal


Ya en otras ocasiones hemos reflexionado sobre la vocación: la llamada que Dios hace a los hombres (vocación universal) y a cada hombre (vocación particular). Hoy reflexionaremos sobre la vocación principal: a rectificar siempre lo malo que hemos hecho.
En la primera lectura de la Misa escuchamos el mensaje que Jonás anuncia de parte de Dios a la ciudad de Nínive: será destruida. Eso movió al rey y a los habitantes de esa ciudad a hacer penitencia. En el Evangelio escuchamos cómo el Señor comienza a predicar anunciando la presencia del Reino de Dios e invitando al arrepentimiento y al cambio de vida.
Ciertamente, en la Iglesia existe un tiempo especial para hacer penitencia y para hacer un esfuerzo especial para la conversión: la Cuaresma. No obstante, sería absurdo dejar la conversión para un momento del año.
Todo cristiano debe tener claro que el Señor nos concede gracias especiales a lo largo de nuestra vida y no en un momento específico nada más. Cada creyente debe agradecer esas gracias especiales que nos indican que tenemos que rectificar algunas cosas: el trato con una persona, mayor responsabilidad o puntualidad en nuestros trabajos u obligaciones, moderar el modo de hablar, buscar un tiempo adecuado para la oración, moderar el apegamiento a las cosas materiales, compartir más tiempo con la familia, escuchar más y gritar menos, etc. Cuando hayamos recibido esas gracias, entonces sólo queda que nosotros demos el paso de rectificar.
Ignorar las gracias actuales que el Señor nos concede es  despreciar su interés y su preocupación por nosotros. De la misma manera que un padre o madre de familia corrige a sus hijos por su bien, así hace el Señor con nosotros. Igual que un buen hijo debe mostrarse atento a las indicaciones de sus padres, de la misma manera debemos actuar nosotros.
Esa es la vocación principal a la que nos llama el Señor: a andar por el camino de bien, rectificando lo malo que tenga en mi vida.
¡Dios te bendiga!

Comentarios

  1. Amén... Virgen Santísima, cóncédenos la gracia de la conversión de corazón y la penintencia alegre y generosa, para que no venga la destrucción de nuestra vida, de nuestra alma. Amén.

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