Hombres nuevos

Desde los inicios de la época apostólica el llamado que hacia la Iglesia es el siguiente: primero, la conversión. La conversión consiste en reconocer lo malo que hemos estado haciendo, con el propósito de cambiar de vida. Segundo, aceptar a Jesucristo. En ese momento comenzaba el camino catecumenal, que consistía en recibir las enseñanzas de los apóstoles sobre el amor que Dios nos tiene y que nos ha mostrado en Cristo Jesús.
Una vez culminada la catequesis, si mostraba el propósito de seguir a Jesucristo, entonces recibía el Sacramento del Bautismo, la Confirmación, para después ser admitidos plenamente en la Eucaristía.

La ceremonia del Bautismo estaba llena de muchos símbolos. Había uno muy llamativo: después de renunciar al pecado y profesar la fe en Cristo Jesús, el catecúmeno se desporraba de toda su ropa y entonces era bautizado. Inmediatamente después del bautismo, el recién bautizado no volvía a tomar sus ropas sino que se revestía con un hábito blanco que llevaría desde ese momento hasta ser admitido en la Eucaristía. No volvía a tomar sus ropas porque era un hombre nuevo: había dejado atrás todos los hábitos, costumbres y actitudes que no le permitían ser imagen de Cristo.

Desde el momento en que recibía el bautismo, el cristiano se comprometía a tener los mismos sentimientos de Cristo y a dejarse guiar por el Espíritu Santo. Esa es la razón por la que la vida cristiana se concibe como una lucha por ser más imagen de Cristo y alejar de nosotros el pecado.

En la segunda lectura de la Misa de hoy, San Pablo afirma que Quien no tiene el Espíritu de Cristo, no es de Cristo y que por lo tanto, hermanos, no estamos sujetos al desorden egoísta del hombre, para hacer de ese desorden nuestra regla de conducta. Pues si ustedes viven de ese modo, ciertamente serán destruidos. Por el contrario, si con la ayuda del Espíritu destruyen sus malas acciones, entonces vivirán.

En el Evangelio escuchamos el mandato del Señor: aprendan de mí, que soy manso y humilde de corazón. Es una invitación más que clara.

Las cosas en la Iglesia no han cambiado. El renunciar a la vida del pecado para seguir a Cristo es actual: dejamos atrás el hombre viejo. Todos nosotros, cristianos desde el momento de nuestro bautismo, debemos ser conscientes de nuestra condición: seguir a Cristo Jesús y enemistad con el pecado. Con el bautismo hemos sido hechos hombres nuevos. Es preciso que nos dejemos guiar por el Espíritu de Cristo en los diversos momentos de nuestra vida. Examinarnos, reexaminarnos y convertirnos cada día.

Para seguir e imitar a Cristo, hemos de conocerlo mejor. ¿Cómo podemos hacer eso? Leyendo los Evangelios (Mateo, Marcos, Lucas y Juan) y hablando con Él en la oración. Es preciso que tengamos a Jesús en nuestro corazón y en nuestra vida. Quien se limita solo a llevar símbolos externos (un crucifijo colgado, una estampa en la cartera o un altarcito en casa) y no en la vida (pensamientos, palabras y acciones) está haciendo morcilla para el diablo.

¡Somos hombres nuevos! Demuéstralo con tu vida.

Dios te bendiga.

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