Tremendo psicólogo social
El Señor, que es nuestro Creador, nos conoce muy bien. Sabe de qué estamos hechos y cuáles son nuestras debilidades. Las lecturas de hoy son una muestra de eso.
Los seres humanos somos también seres materiales, somos cuerpo y espíritu. Necesitamos de los bienes materiales, sin ellos no podemos vivir. Sin embargo, puede ocurrir que se desate en nosotros un vicio llamado codicia. La codicia es el afán desmedido de bienes. Es tan maluca la codicia que puede llegar a enceguecer a una persona a tal punto de que, con el fin de obtener lo que quiere, puede causar daño a otras personas, sin importarle absolutamente nada. Hoy y siempre escucharemos casos de personas que han actuado así.
Ya el Señor había establecido para el Pueblo de Israel unas normas muy estrictas para prohibir la usura y la codicia. Había una prohibición expresa de prestar dinero con usura (con intereses exagerados) o aprovecharse de la condición de necesidad de alguien para sacar el máximo provecho, especialmente de las viudas y de los huérfanos. Estas medidas estaban orientadas a que no hubiese personas que aprovechándose de la sagacidad sometieran a todo el pueblo con el poder económico.
San Pablo dice que la codicia es una forma de idolatría (Col 3, 5) lo mismo que dice el Señor en el Evangelio de hoy: “no pueden ustedes servir a Dios y al dinero”. El codicioso orienta su vida a las riquezas y bienes; hace del dinero su dios.
No obstante, el Señor deja entrever otra enseñanza. Nos hace ver la sagacidad y la astucia con la que actúan los hijos de las tinieblas, pero reclama que esa misma sagacidad y astucia para el bien faltan en los hijos de la luz. Y, nuevamente, el Señor tiene razón: aún cuando sabemos que vamos por el camino del bien y que estamos haciendo lo correcto, somos timoratos. Encontramos miles de “peros” para extender el Evangelio o para realizar una buena acción. Sudamos para entregar una publicación con un mensaje cristiano, pero, un distribuidor de drogas se ingenia para expandir su “mercado” con nuevas estrategias o un babalawo anda al acecho de nuevos tontos a quien sacarle dinero.
El cristiano católico de hoy se ha olvidado de que es hijo de la luz, de la vida, de la verdad. Hemos de llevar la luz de Cristo, la misma vida de Dios y la verdad que salva a los demás: Dios “quiere que todos los hombres se salven y todos lleguen al conocimiento de la verdad, porque no hay sino un solo Dios y un solo mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús, hombre él también, que se entregó como rescate por todos”.
El mensaje de salvación es para transformar nuestra vida: es poner nuestra existencia frente al Evangelio. Hoy, la Iglesia nos llama a confrontar nuestras actitudes frente a los bienes materiales: ¿Estamos apegados a ellos? ¿Sabemos que los bienes deben servir para el bienestar de todos? ¿Hemos dejado de lado nuestras relaciones familiares, de amistad o de trabajo solo por la búsqueda de dinero?
También el Evangelio nos interpela: ¿Tengo miedo de dar mi testimonio de fe en Cristo Jesús? ¿Soy temeroso para llevar el mensaje a los demás? ¿Invito a mi prójimo a acercarse a Cristo y a la Iglesia? ¿Estoy dispuesto a colaborar en las actividades de evangelización?
Que Jesucristo, el único mediador entre Dios y los hombres, el camino, la verdad y la vida, nos bendiga y nos guarde.
Buen mensaje, llegará el día en que nos veremos al espejo y veremos el rostro de Cristo porque nos hemos unido tanto a Él que nuestro pensar, actuar e incluso nuestra vista serán su reflejo entonces irradiaremos luz en el mundo.
ResponderEliminarDios le bendiga a usted y a su ministerio.