No solo corazón, sino también la razón
Desde hace muchos años se ha venido predicando y aceptando, casi como una verdad indiscutible, que las decisiones y el destino de nuestra vida es decidida por las emociones. No solo es un gran error, sino que además puede generar consecuencias negativas para la vida.
No se puede negar que las emociones tienen una gran influencia en nuestra vida y que influyen también en nuestras decisiones. Sin embargo, dejarles a ellas la primacía de orientar nuestra vida es contraproducente. La razón es sencilla: las emociones llevan a no percibir adecuadamente la realidad y las consecuencias de las decisiones, como dice la primera lectura de la Misa de hoy.
Ya en la vida ordinaria se perciben sus efectos. En diversas ocasiones –muchas, tal vez– dejándonos llevar por las emociones nos hemos empecinado con algún proyecto, alguna persona o alguna actividad que, luego, no ha rendido lo que esperábamos. El resultado es la sensación de frustración, a veces unida al lamento de no haber escuchado a las personas que nos alertaron. Si somos estúpidos, perseveraremos en el error, si somos sensatos, corregiremos.
Somos cristianos porque seguimos a Jesucristo. Y el seguimiento a Cristo debe ser no solo con el corazón, sino también con la razón. Y hoy nos lo dice en el Evangelio.
Es un pasaje “duro” si no es contextualizado y se corre el riesgo de cometer imprudencias interpretándolo literalmente.
El Señor no quiere decirnos que dejemos en el olvido a nuestros padres y familiares o nuestros bienes, inclusive los más necesarios. Todos ellos deben ser puestos en el orden querido por Dios. En otras palabras: no deben ser un obstáculo para seguir a Cristo y cumplir su voluntad.
Ciertamente, el seguimiento a Cristo Jesús no está exento de dificultades y de tropiezos, especialmente los que nos ponen el mundo, el demonio y la carne: los comentarios de los demás, las críticas mordaces y enfermizas de otros, la pereza, la impureza, la superstición, el cansancio, el desánimo, la tristeza. Todas esas cosas hemos de saber ponerlas en las manos del Señor y seguir nuestro camino: Quien no toma su cruz de cada día y me sigue, no puede ser mi discípulo.
No se puede seguir a Cristo empecinados en el pecado. No puedo decir que soy cristiano y seguir metido en los vicios pecaminosos. No puedo decir que soy cristiano y seguir hiriendo y haciendo daño a los demás con mis acciones y con mis palabras. No puedo decir que soy cristiano y olvidar mis deberes religiosos. No es solo una cuestión de corazón, sino de razón:
- Un alcohólico no dejará de beber si sigue metido en los bares y licorerías.
- Un ladrón no dejará de robar si no cambia de mentalidad y deja de hacer sus fechorías.
- Un drogadicto no dejará el consumo si sigue frecuentando los lugares y a los despachadores.
- Un chismoso no dejará ese mal hábito si sigue frecuentando las “amistades” y curioseando en la vida de otros.
- Una persona que va por mal camino no se enmendará si no adquiere la virtud de escuchar y razonar.
- Un cristiano no comenzará a tener vida de oración si no aparta un momento para dedicárselo al Señor.
Porque, ¿quién de ustedes, si quiere construir una torre, no se pone primero a calcular el costo, para ver si tiene con qué terminarla? No sea que, después de haber echado los cimientos, no pueda acabarla y todos los que se enteren comiencen a burlarse de él, diciendo: ‘Este hombre comenzó a construir y no pudo terminar’. ¿O qué rey que va a combatir a otro rey, no se pone primero a considerar si será capaz de salir con diez mil soldados al encuentro del que viene contra él con veinte mil? Porque si no, cuando el otro esté aún lejos, le enviará una embajada para proponerle las condiciones de paz.
Seguir a Cristo no es sólo una cuestión de corazón, sino también de razón.
Que Dios te bendiga.
el hombre es razón y corazón se logra equilibrio despues de caidas y el que no logra equilibrio es infeliz. los sueños y metas deben estar llenos de razón y corazón.
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