Amor con el que más lo necesita
Hoy celebramos junto con toda la Iglesia la Solemnidad de Nuestro Señor Jesucristo, Señor de la misericordia. Es obligatoria una reflexión sobre la misericordia para entender este gran atributo del Maestro.
La misericordia es amor. No es diferente del mandamiento del amor que nos ha dejado el Señor. Solo que ese amor tiene una característica especial: es el amor manifestado hacia la persona que lo necesita. Sea que lo necesite espiritualmente, sea que lo necesite materialmente.
Así podremos entender las obras de misericordia corporales y las obras de misericordia espirituales. Repasarlas nos ayudará a ilustrarlo mejor. Las obras de misericordia corporales son: Dar de comer al hambriento, dar de beber al sediento, vestir al desnudo, visitar a los encarcelados, dar posada al peregrino, visitar a los enfermos y enterrar a los muertos. Las obras de misericordia espirituales son: Corregir a quien se equivoca, enseñar al que no sabe, dar consejo al que lo necesita, consolar al triste, ser paciente con los errores de los demás, perdonar al que nos ofende, orar por los vivos y por los difuntos.
¿Cómo muestra su misericordia nuestro Señor Jesucristo? Dejando por sentado las pequeñas cosas que el Señor nos concede cada día, hay un aspecto en el cual se manifiesta de manera excelsa la misericordia de Cristo Jesús y que no siempre los creyentes lo hemos valorado suficientemente: en el perdón.
Con la victoria de Cristo Jesús en su resurrección, nuestras acciones adquieren valor de eternidad. Por eso un pecado mortal hace que podamos merecernos el castigo eterno. Es por ello que Jesucristo nos ofrece el remedio ese mal tan grande y no es otro que el perdón. Con el perdón de los pecados que el Maestro nos concede podemos vernos libres del castigo eterno que merecemos por nuestros pecados y volver a luchar por ganarnos la felicidad eterna en el cielo.
El pasaje del Evangelio que escuchamos hoy en nuestra Santa Misa (Jn 20, 19-31), nos presenta la primera aparición del Jesús resucitado a sus apóstoles reunidos. A todos ellos les deja el poder de perdonar los pecados: “Reciban al Espíritu Santo. A los que les perdonen los pecados, les quedarán perdonados; y a los que no se los perdonen, les quedarán sin perdonar”.
No cometas el error de pensar que la misericordia del Señor se demuestra en los grandes prodigios que puede hacer en favor de los hombres. Donde se presenta con mayor fuerza y poder su misericordia es en el sacramento del perdón. Es cuando estamos hundidos en el pecado cuando más necesitamos del amor de Jesucristo.
Yo suelo aconsejar a los feligreses que repitan mucho esta pequeña oración: “Ámame, Señor, cuando menos lo merezca, porque es cuando más lo necesito”.
Que la misericordia del Señor
venga sobre nosotros hoy y siempre.
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