La esencia de la misericordia
Este domingo se llama, por disposición del Papa San Juan Pablo II, Domingo de la Divina Misericordia. Y esa palabra –misericordia– la hemos escuchado en diversas oportunidades en nuestra celebración.
Siempre puede ocurrir que nos preguntemos qué cosa es misericordia. Y no falta razón. A veces se le llama compasión, piedad o lástima. Pero nada de eso dice que es la misericordia en sentido bíblico.
La misericordia es amor. Esa es su esencia. Es amor con la persona necesitada espiritual o materialmente. Por eso misericordia no es compasión, no es piedad, no es lástima. Es amor.
De este modo es fácil entender que las obras de misericordia espirituales o materiales son en realidad obras de amor para con el necesitado:
Obras de misericordia espirituales:
- Enseñar al que no sabe.
- Dar buen consejo al que lo necesita.
- Corregir al que se equivoca.
- Perdonar al que nos ofende.
- Consolar al triste.
- Sufrir con paciencia los defectos del prójimo.
- Rezar a Dios por los vivos y por los difuntos.
Obras de misericordia corporales (Mt 25, 31 – 46):
- Dar de beber al sediento.
- Dar de comer al hambriento.
- Visitar a los enfermos.
- Dar posada al peregrino.
- Vestir al desnudo.
- Visitar a los presos.
- Enterrar a los difuntos.
Es fácil entender también por qué Jesús es el Señor de la Misericordia. No hay nadie más dispuesto a venir a nuestra necesidad que Él. Y la necesidad más grande es el perdón de los pecados. Y siempre se muestra dispuesto a eso. En el Evangelio de hoy escuchamos como expresamente deja a los Apóstoles (y a sus sucesores) el poder perdonar los pecados: “A los que les perdonen los pecados, les quedarán perdonados” (Jn 20, 23)
Que el Señor, rico en misericordia, nos bendiga hoy y siempre.
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