Para responder bien, debes confiar en Jesús
Las lecturas de nuestra Santa Misa tienen un hilo conductor. Podríamos resumirla en tres palabras: llamada, respuesta, confianza.
La llamada: Lo sabemos todos y lo sabemos bien. Jesús nos quiere hacer partícipes de su reino y se presenta a nosotros y nos llama. No a todos de la misma manera, no a todos para la misma misión en el mundo, no todos en el mismo momento de la vida.
El Maestro habla con sencillez y nos invita a asumir un modo de vivir que da un sentido nuevo, diferente, a nuestra vida. Y en ese modo de vivir, Cristo Jesús ocupa un lugar privilegiado: su palabra, su persona, el trato con Él se convierten en fuente de inspiración, consuelo y alegría. Jesús nos llama como a Isaías (6,1-2a.3-8) o como a Pedro (Lc 5,1-11).
La respuesta: Es el resultado de la libertad más absoluta. Nadie ama obligado, nadie quiere a alguien a la fuerza. Ante la invitación que nos hace el Señor se requiere la libre aceptación de su propuesta y un sí libérrimo. A eso se llama fe: el obsequio religioso de nuestra vida a Jesucristo.
Esa respuesta no está exenta de temores y de cálculo humanos. Es normal que se sienta un miedo (lo sufren hasta quienes compran un aparato nuevo) pero, en el caso de Jesucristo se requiere algo más.
La confianza: Es normal que quien ha recibido la llamada del Señor a seguirle sufra de temor. Hay un miedo a la incerteza del futuro, a la insuficiencia de los medios o de la propia persona, al cálculo humano o al fracaso. En el Evangelio de nuestra Santa Misa escuchamos la invitación de Jesús a Pedro: «Rema mar adentro, y echad vuestras redes para la pesca». Las reservas de Pedro están y también la confianza en Jesús: «Maestro, hemos estado bregando toda la noche y no hemos recogido nada; pero, por tu palabra, echaré las redes». Y ya sabemos el resultado: una pesca grandiosa. La confianza en Jesús puede hacer cosas grandes.
También en el creyente puede surgir el miedo al pecado del pasado. Y eso es resultado de no saber asimilar que a Jesús no importa nuestro pasado, sino nuestro presente y nuestro futuro. No es un motivo de avergonzarse sino de sentir el gozo de que, gracias a Jesús, somos lo que somos hoy. Nuestro pasado no debe marcarnos ni debemos quedarnos anclado en él. Lo escuchamos en la segunda lectura de hoy: “he perseguido a la Iglesia de Dios. Pero por la gracia de Dios soy lo que soy, y su gracia para conmigo no se ha frustrado en mí” (1Co 15, 9 – 10).
Al responder a la llamada que Jesús nos hacer, procuremos confiar en Él. Con nuestra fe y nuestra confianza en Jesús podremos mirar el presente y el futuro sin miedo y también podremos hacer cosas grandes por Cristo Jesús.
Dios te bendiga.
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