Hijo de Dios e hijo de María

El tiempo de adviento es un momento especial para conocer mejor a Jesucristo. Y las lecturas de hoy nos ayudan en ese sentido.

La primera lectura (Miq 5,1-4) nos dice que ya desde antiguo, se había anunciado que el Mesías —Jesús— nacería en Belén. Y así fue.

La segunda lectura, de la carta a los Hebreos (Heb 10,5-10), nos dice que Jesús, al hacerse hombre, se mostró dispuesto a hacer la voluntad de Dios. Por esa disposición, “todos quedamos santificados por la oblación del cuerpo de Jesucristo, hecha una vez para siempre”. Por esa ofrenda de su propia vida todos podemos hacer nuestra la salvación que Cristo nos ofrece.

En el Evangelio (Lc 1,39-45), escuchamos de labios de Isabel que Jesús, además de hijo de Dios es hijo de María: “¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor?”. Pero no solo eso, sino que, en esa misma pregunta, Isabel declara que Jesús es Dios mismo que se ha hecho hombre.

Todavía podemos profundizar más. María había concebido a Jesús pocos días antes, cuando tuvo el encuentro con el ángel Gabriel. El Señor se hallaba presente desde el momento de la concepción: es la madre del Señor. 

Todavía más. Isabel llama a María “Bienaventurada” —feliz— porque ha creído. Ella ha hecho la ofrenda de su inteligencia y su voluntad (de toda su vida) al Señor. Es una señal para que nosotros podamos alcanzar la felicidad: el fundamento de la felicidad verdadera y plena está poner la razón de nuestra vida en el Señor.

Todas estas cosas maravillosas solo pueden tener sentido si y solo si tienen un significado para nosotros. Y para eso, hemos de aceptar a Jesucristo nuestro Señor.

A Él la gloria, el honor y poder por los siglos de los siglos. Amén.


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