Acérquense a Jesucristo


En la segunda lectura, tomada de la primera carta del Apóstol San Pedro, hace un llamado, perenne por demás, a acercarnos a Jesucristo. Él es el objeto de mayor valor al que podemos aspirar puesto que es “rechazada por los hombres, pero escogida y preciosa a los ojos de Dios” (1Pe 2, 4). Ciertamente, hay algo que no podemos negar: Jesucristo no es del aprecio de la mayoría de los hombres porque un encuentro con Él hace que cambiemos. Y los hombres no son muy proclives al cambio.

La primera consecuencia del encuentro con Jesús es la vida. Ya escuchamos en el Evangelio de la Santa Misa de hoy que Jesús es el camino, la verdad y la vida (Jn 14, 5). Él es la vida. Solo que no en el sentido que podamos entenderlo el día de hoy (algo como signos vitales o como capacidad de rumbear, o algo así). Esa no es la vida que nos ofrece Cristo Jesús: nos ofrece la vida eterna, nos ofrece una nueva manera de vivir, nos ofrece una nueva manera de ver el mundo, nos ofrece la felicidad verdadera como la genuina manera de vivir.

No es fácil explicarlo. La única manera de lograr una comprensión de la vida que es Cristo, de la vida que nos ofrece Cristo Jesús es teniendo un encuentro con Él, siendo dóciles a su Palabra, dejándonos guiar por el Espíritu Santo. Entonces, comenzaremos a vivir la vida verdadera.

La Santa Madre Iglesia nos enseña que nos encontramos con Jesús cuando nos acercamos a los sacramentos, en especial, la Eucaristía y la Confesión; también nos acercamos a Cristo cuando leemos y meditamos su Palabra en la Sagrada Escritura. Encontramos a Jesús en la oración, en ese diálogo confiado con un amigo, con nuestro Padre o con nuestro Guía. Encontramos a Jesús en el hermano necesitado. Finalmente, encontramos a Jesús en la comunidad de creyentes, cuando compartimos nuestra fe en las celebraciones religiosas con nuestros hermanos.

La nueva vida que nos ofrece Cristo Jesús tiene un carácter sacerdotal: de saber ofrecer todo al Señor cual si fuera un sacrificio: desde nuestra jornada en la mañana hasta todas y cada una de las cosas que hacemos o sobrellevamos cada día. Por eso somos sacerdotes: porque ofrecemos a Cristo Jesús nuestra vida. Ciertamente, ese sacerdocio no tiene carácter ministerial. Es lo que la Iglesia ha llamado sacerdocio común de los fieles.

Este sacerdocio es consecuencia del acercarnos a Jesús: “porque ustedes también son piedras vivas, que van entrando en la edificación del templo espiritual, para formar un sacerdocio santo, destinado a ofrecer sacrificios espirituales, agradables a Dios, por medio de Jesucristo” (1Pe 2, 5 -6).

No dudemos en acercarnos a Jesucristo, Camino, Verdad y Vida. En Jesús encontraremos la vida, con Jesús seremos también sacerdotes.

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