Una manera de amar: interceder


            El pasaje del Evangelio de nuestra Santa Misa de este domingo (Jn 2, 1-11) es un pasaje muy conocido. Es, también, una fuente muy rica de reflexiones. Comparto con Uds. una de ellas.




            Cada día escuchamos noticias de cualquier parte del mundo: guerras, hambrunas, enfermedades, accidentes, fenómenos naturales. Todos esos hechos producen pesar y mueven el ánimo de hacer algo por esas personas necesitadas. Desde la distancia y en nuestra situación social, probablemente es poco lo que podamos hacer materialmente. Pero hay algo que podemos hacer. Y es efectivo.

            En el Evangelio de hoy, escuchamos cómo una pareja celebraba su matrimonio. Era un momento de gran alegría. Tal vez eran personas humildes que no podían ofrecer mucho a todas aquellas personas que compartían su alegría. El hecho es que, en medio de la celebración, la provisión de vino se terminaba y eso resultaría en un momento amargo e incómodo para los recién casados.

            María se da cuenta. Ella, materialmente, no puede hacer nada. Y acude a quien todo lo puede: a su Hijo Jesús. Le cuenta, con confianza, el pesar de esos chicos recién casados (que seguramente eran conocidos de Ella y de Jesús). El Señor, en un principio, rechaza la petición, pero la confianza y la insistencia de María logran su cometido. María dice a los sirvientes: «Haced lo que Él os diga»

            En un mundo que no tiene fe, que confía solo en el poder del dinero y en la fortaleza de las tecnologías, la oración parece un recurso inútil. Los cristianos sabemos algo: En la oración, hablamos con El que todo lo puede. La oración es la consecuencia de nuestra fe en Jesucristo. Y Él nos lo enseña así: «Os aseguro también que, si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra para pedir algo, sea lo que fuere, lo conseguirán de mi Padre que está en los cielos» (Mt 18, 19)

            El resultado no siempre es inmediato. La oración de la fe hace que las cosas sean posibles, no fáciles. Y en muchas ocasiones, hay que insistir.

            Y esa es una manera sencilla, pero poderosa, de amar. Interceder por los que están en necesidad o en tribulación. Como María, que confía ciegamente en su Hijo. Igual debemos hacer nosotros. Confiar en Jesús e interceder por los demás.

            Que nuestra Madre nos alcance la bendición de su Hijo Jesucristo.

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