Cuarto domingo de cuaresma: Solo en Jesús está la salvación


Así como levantó Moisés la serpiente en el desierto, así tiene que ser levantado el Hijo del hombre, para que todo el que crea en él tenga vida eterna. Porque tanto amó Dios al mundo, que le entregó a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna.

El Señor Jesús hace mención de un hecho de la vida de Israel que se narra en el libro de los Números (21, 4-9). El Pueblo de Israel comenzó a hablar mal de Yahweh y renegar del plan de salvación. Entonces, Yahweh los castigó mandándoles serpientes venenosas. Entonces, asustados, le pidieron a Moisés que intercediera ante Dios para que los librara de ese castigo. Dios mandó a Moisés hacer una serpiente de bronce y ponerla en un estandarte para quienes la miraran se salvaran de las picadas de las serpientes.

Así como la serpiente de bronce fue una señal de salvación, de igual manera Jesucristo lo es hoy. No hay salvación fuera de Jesús. Creer en Jesús no es solo aceptar intelectualmente su existencia: es aceptar en nuestra vida su mensaje de salvación que nos da la vida eterna: Todo el que tiene fe en que Jesús es el Mesías, es hijo de Dios; y el que ama a un padre, ama también a los hijos de ese padre. Cuando amamos a Dios y hacemos lo que él manda, sabemos que amamos también a los hijos de Dios. El amar a Dios consiste en obedecer sus mandamientos; y sus mandamientos no son una carga. (1Jn 5, 1-3)

El que cree en él no será condenado; pero el que no cree ya está condenado, por no haber creído en el Hijo único de Dios. La causa de la condenación es ésta: habiendo venido la luz al mundo, los hombres prefirieron las tinieblas a la luz, porque sus obras eran malas. Todo aquel que hace el mal, aborrece la luz y no se acerca a ella, para que sus obras no se descubran. En cambio, el que obra el bien conforme a la verdad, se acerca a la luz, para que se vea que sus obras están hechas según Dios

La condenación es la pérdida de la vida eterna. Jesús ha prometido una vida feliz sin límites –eterna– para quienes hayan vivido rectamente en esta vida terrena. Quienes, habiendo recibido el mensaje de la salvación, no quisieron vivir según la Voluntad de Cristo han perdido la vida eterna, entonces, se dice que han sido condenados.

Las razones por las que una persona se aparta de la Voluntad salvadora de Jesús son diversas. La primera puede ser por debilidad, también puede ser por descuido, pero la peor de todas es por maldad: querer apartarse de Dios porque prefiere vivir en el mal camino. Inicialmente, actúan escondidos porque saben que lo que hacen está mal; pero después que han destrozado su conciencia, lo hacen abiertamente. Es por eso que hoy se ve personas que se “enorgullecen” de su mala vida. Esos mismos se burlan de quienes quieren hacer las cosas bien. Éstos han vivido alejados de Dios tanto tiempo que han perdido la vergüenza y han apartado su corazón de Jesús, haciendo de ellos mismos el centro de su vida.

Aunque parezca contradictorio, hoy se han invertido los términos: hoy quien actúa bien, siente vergüenza de hacerlo en público. No debemos temer nada: el que obra el bien conforme a la verdad, se acerca a la luz, para que se vea que sus obras están hechas según Dios.

Todo cristiano debe tener claro una cosa: no debe tener miedo de hacer las cosas bien públicamente. Esconderse para que los malos no nos critiquen no es algo bueno, al contrario: es avergonzarse de Jesús.

En este tiempo de Cuaresma debemos examinarnos sobre este particular: el testimonio de vida, es decir, mostrar a los demás que somos creyentes y que vean en nosotros el mejor ejemplo.

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