Jesús, el profeta


En la tradición bíblica, a raíz de la profecía que escuchamos en la primera lectura, había un personaje importante: el Profeta. Sería un personaje que sería similar a Moisés que guiará al Pueblo y hablará en nombre del Señor. Cuando aparece en Israel Juan el Bautista, los sacerdotes y levitas le preguntan: “¿Eres tú el Profeta?


Sin duda alguna, el Profeta anunciado en libro del Deuteronomio es Jesús, quien habla y enseña con autoridad. Es Dios mismo quien habla. En Él encontramos la Palabra que da un significado nuevo a nuestra vida, que nos llena de alegría, incluso en la adversidad. Jesús la anuncia sin temor, la anuncia con autoridad. Esa “autoridad” no es porque se cree o sabe superior. Esa “autoridad” nace de la certeza de lo que cree y vive.


No olvidemos que todos fuimos constituidos profetas cuando recibimos el Bautismo. Estamos llamados por Jesús a llevar a todos el mensaje de salvación, cada cual en su circunstancia particular: quien como sacerdote, quien como laico, quien como religioso. Y no debemos llevar nuestra palabra, sino la Palabra: Cristo Jesús. Hay una seria advertencia contra aquellos que tengan la arrogancia de decir lo que Dios no ha dicho: Y el profeta que tenga la arrogancia de decir en mi nombre lo que yo no le haya mandado, o hable en nombre de dioses extranjeros, ese profeta morirá.


Anunciar la Verdad que nos salva ciertamente levantará escozores y hará que algunos se sientan mal. En el Evangelio escuchamos cómo la predicación de Jesús hace surgir el desespero del demonio. Es normal. Y fruto de esa confrontación es la liberación de esa persona. Y ése es uno de los frutos del encuentro con Jesús: la liberación de todas las ataduras del mal, del pecado, de nuestras ideologías, de la soberbia, del orgullo…


Finalmente, debemos tomar en consideración algo importante. A veces nos conformamos con los mínimos. A veces se llega al punto de que “creer en Dios” (en realidad significa aceptar la existencia de Dios) es suficiente para la salvación. Y no es así. Afirmar que se cree en Dios no es garantía de ser bueno o de vivir como Jesús quiere. En el Evangelio escuchamos que el mismísimo Satanás confiesa que Jesucristo es el Santo de Dios. Eso no convierte al demonio en bueno ni significa que cumple la Voluntad de Dios. Es necesario aceptar la Verdad que nos salva y vivirla.


Que Jesús nos bendiga hoy y siempre.

Comentarios

Entradas populares de este blog

“Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu” (Lc 23, 46)

¿Qué nos enseña el pasaje de la resurrección de Lázaro?

La segunda venida del Señor y el fin del mundo