Luz y no oscuridad
Las lecturas de este domingo destacan las imágenes de la luz y de la sal.
Ambas tomadas de la experiencia común. Basta pensar en una comida sin sal o en
una casa a oscuras. O por el contrario, pensemos en una comida con el punto
justo de sal o en una casa bien iluminada. La misma función de la luz y de la
sal en la vida ordinaria es la misión de los cristianos en la sociedad.
El testimonio de nuestra condición de creyentes es llevar una vida de
acuerdo a los mandamientos y a las enseñanzas de Jesús transmitida por la
Iglesia. Ese testimonio hemos de darlo públicamente, con nuestros pensamientos,
palabras y acciones, acompañados también con una actitud de escucha para
corregir cuando nos hayamos equivocado. No debemos sentir miedo o vergüenza de
decir que hemos puesto nuestra fe en Jesús: “Que de igual manera brille la luz de ustedes ante los
hombres, para que viendo las buenas obras que ustedes hacen, den gloria a su
Padre, que está en los cielos” (Mt 5, 16).
Nuestro mundo de hoy está viviendo una época difícil. Se admira más la mala
conducta que las buenas costumbres. La gente se acostumbra a vivir mal y
alejados de Dios: piensan que Dios es un obstáculo para la felicidad. Cuando
las malas acciones de otros los tocan o los dañan a ellos o a sus familiares
entonces se lamentan de que Dios los tiene olvidados. La verdad no es difícil
de descubrir: en realidad son ellos los que se han olvidado de Dios y sufren
las consecuencias de vivir en la oscuridad. De hecho, en la primera lectura de
la Misa (Is 58, 7-10) el profeta anuncia al pueblo que si hacen los que les
manda, Yahveh les responderá cuando lo invoquen. Si no estamos cerca del Señor
y cumpliendo sus mandatos, entonces, no debemos confiar en que el Señor
escuchará nuestras súplicas.
Nuestro mundo necesita cristianos creyentes y valientes, que no teman mostrar
su fe con su buena conducta, que no tengan miedo de hablar de Jesús. Nuestro
mundo necesita buenos ejemplos. Hay un mal que ataca a los buenos y es el temor
de dar testimonio de nuestra fe. Tienen miedo a “desentonar” con respecto al
mundo y entonces no actúan. No hablan con el que está equivocado, critican y no
corrigen, consienten la avaricia y no ayudan al necesitado. Ese tipo de
cristianos están llevando a la autodestrucción a la Iglesia de Cristo.
No olvidemos nunca este deseo de Jesús: “Que de igual manera brille la luz de ustedes ante los
hombres, para que viendo las buenas obras que ustedes hacen, den gloria a su
Padre, que está en los cielos”. Hay que dejar fuera los miedos y las
excusas baratas: por encima de todo y todos: Cristo Jesús.
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